7 de septiembre de 2014

¿Qué es un escritor?

La palabra “escritor” contiene un peso difícil de llevar, ya sea al asumir la etiqueta por voluntad (por oficio) o como un atributo otorgado por “lectores”. Toda idealización genera expectativas y, en este caso, no puede ser la excepción. Una persona que escribe, llámese escritor por oficio, vocación o atribución, a menudo se ve obligado a sumergirse en la jauría que representa el mundo literario, con lectores críticos y críticos lectores.

         En mi experiencia, no han sido pocas las veces que me he preguntado ¿qué es “ser escritor”? Y aunque intente responder, la interrogante permanece en el aire para volver al cabo de un tiempo, quizás en circunstancias diferentes. Dicen que escribir no basta para considerarse escritor: hay que publicar. Así pues, ¿qué puedo decir luego de haber publicado ya dos novelas cortas (Las horas fortuitas y Amarás la sombra de tu cuerpo)?
         Para mí, eso no es suficiente, porque la escritura es un proceso perfectible en cada re-lectura. Tal vez por eso mi disciplina para redactar a diario, cualquier cosa, un párrafo, una cuartilla, quizás solo unos versos, pero no dejar la disciplina de escribir. Para mí, resulta un hábito la disciplina: por años me he sometido a ciertos regímenes a menudo difíciles de entender por quienes viven más inmersos en el movimiento del mundo y las relaciones humanas.
         En mi caso, transito como observador. Nunca me he considerado un gran conversador, aunque procuro dar mi punto de vista sobre todos los temas cuando puedo intervenir. Esta experiencia acumulada con los ojos parece convertirse en un código semiótico que me revela cuál es la verdadera condición humana en cada circunstancia. Tal modelo fue tomado de Ágatha Christie, cuyo personaje, Mrs. Marple, solía condensar esa diversidad de perfiles en tipografías que correspondieran con ciertos instintos inherentes al hombre.
         Pero esta labor de observar no es fácil. Uno debe desprenderse de prejuicios y abrir la mente al conocimiento del mundo, incluso si nuestra naturaleza como escritores parece obligarnos a una especie de retiro, alejados de la civilización, de cualquier contacto humano, aun de cualquier ruido que interrumpa la sonoridad de nuestros pensamientos. Y, sin embargo, también es necesario abandonarse a la locura de la soledad, porque solo así es posible dar coherencia a la madeja de ideas ya formadas luego de analizar esta naturaleza humana.
         Por supuesto, cada escritor tiene sus formas de trabajo, desde quienes vivimos en una rutina medida con precisión, hasta quienes aflojan la pluma hundidos en alcohol. Porque también las circunstancias de la escritura revelan mucho del autor mismo, pero eso es materia de estudio para los críticos. Como escritor, tal vez lo más fundamental y también lo más olvidado ha sido estar abierto al aprendizaje. Quizás por ello el mundo de los escritores me parece una jauría, en una pugna de egos en la que se presume la raza, por lo que otorga la propia raza, pero no se analiza más allá de ese discurso.
         No obstante, cejar en la escritura solo por una dura crítica me parece la decisión más desafortunada. ¿Que hiere al ego? Claro, pero escribir únicamente con el ego nos lleva a una escritura que permanece en la superficie y no explora otras posibilidades en torno a la naturaleza humana. Mucho se comenta que “ya todo está dicho (escrito)”. Así pues, ¿para qué escribir, si ya los grandes nos legaron sus testimonios de forma magistral?

         Para mí, la escritura no es la página publicada, el premio literario, el diploma o los aplausos. Para mí, la escritura es la página en blanco donde cabe lo que he visto, con sello propio, porque nadie más puede ver con estos ojos míos.

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