18 de agosto de 2014

Cuando no se es suficiente

Solo al vivir bajo la misma piel se puede saber hasta dónde llega el pozo en el que me encuentro ahora. Profundo, denso, compacto, carente de luz, de orientación (ni un “arriba” o un “abajo”; “esto” o “aquello”). Una Nada que se niega a sí misma. Una No-Nada. Ni cuerpo. Ni sombra. Ni esencia. Nada. Aunque al final la experiencia me diga que aún queda un rastro de “algo”. En definitiva, ¿qué soy?, ¿qué ser?, ¿qué hay más allá de la existencia?

         Aquí, en esta No-Nada, lo único que permanece es el eco de Ana que repite: “no eres suficiente”. Tantos años bajo la misma voz que a cada instante dice “no eres suficiente”, sin explicar por qué. La sentencia cobra mayor peso/sentido cuando uno no se reconoce ni siquiera en el espejo. Sí: un cuerpo. ¿Y qué más? “No eres suficiente” podría explicar tantos pasajes de mi vida.
         En el ámbito familiar, no soy suficiente hijo, suficiente hermano, suficiente “familia” para ser llamado así. En el caso laboral, tampoco he sido suficiente. Ni qué decir del ámbito académico, en lo artístico, ni siquiera como “persona”. En ningún caso me reconozco “suficiente”. Ana se ha encargado de recordármelo a cada instante y es una voz que jamás cederá.
         Cuando conocí el amor, entregué más allá de lo humanamente posible. Y, sin embargo, no fui suficiente. Siete años de entrega y no fui suficiente. Pero aquí estoy, sentado en el umbral de la mirada. Aquí dentro convivo con mi monstruo en el espejo (un alter ego llamado Quimera Falconiforme). Ambos caminamos por una senda de locura bajo esa frase que no cede (“no eres suficiente”). Más allá de la sentencia, nuestra existencia no está justificada.
         Con los años uno empieza a abandonarse al tedio, a la locura, a las horas infinitas de la no-existencia. ¿Para qué ir “más allá”? No es conformismo. No es la zona de confort. No es la rutina de una vida mecánica sin ambición. Es lo que queda después de una vida de cansancio, el escombro de un cuerpo harto de resistir bajo la voz de Ana que a diario susurra (grita) “no eres suficiente”. Entenderlo es una experiencia reservada solo para los “hijos de Ana”.
         Decir “busca ayuda” parece tan fácil cuando la voz que lo dice también se entrega al primitivo sabor del alimento, sin culpa, sin remordimiento, sin pensar minutos después: “no debí...”. La psiquiatría denomina a este fenómeno “Trastorno de Conducta Alimenticia” (TCA). Y, sin embargo, el TCA no es suficiente para definir lo que ocurre con los “hijos de Ana”. Se ha feminizado tanto el TCA que los casos de hombres con dicho trastorno parecen nulos, inexistentes, casos aislados que buscan la “feminización” del cuerpo.
         Nada más errado. Los “hijos de Ana” vamos más allá de un cuerpo heteronormativo. No es un culto a la belleza en pasarela: es el paisaje interior que se refleja en una anatomía perversa, llevada a los límites de la existencia, poniendo a prueba la resistencia y la voluntad para demostrar que al menos en algo se es “suficiente”. Ahí está el riesgo: en no saber en qué momento es “suficiente”. El cuerpo, en estos casos, también es un lenguaje desconocido para quienes están acostumbrados a un código de grafías.
         Jamás entenderían los ayunos que se prolongan por 14 días, un cuerpo alimentado a base de agua, café, energetizantes, vitaminas y suficientes cigarros para calmar el ansia de un cuerpo que se resiste a la extinción. ¿Un día sin comer? ¡Ja! Principiantes. Los ayunos prolongados representan una tortura satisfactoria: son el triunfo de la voluntad sobre el instinto. Los verdaderos “hijos de Ana” se reconocen en un código invisible para quienes viven a la sombra del instinto.

Aquí dejo testimonio
de la herencia en el espejo,
de la risa frenética en la cama
         -ahogada en llanto-
presea de un sueño ya perdido.

Tan calva la sonrisa,
mi corazón, granada abierta a la frescura
         -desparramada-
tan púrpura semilla para “ser”.

Por darle alas al tiempo
me olvidé de conservar las mías
y en cada paso eché raíces
y amarré mi cuerpo al horizonte
         -¡oh, grave decadencia!-
destino-fuego,
         alada florescencia
en la cárcel de mi boca.

¿A qué sabe el camino?

A terciopelo sabe
         -de noche-
a cerro quemado en la matriz;
sabe la lluvia tersa en la nostalgia,
a gris me sabe, como la vida aparte
         -punto-
palabra arcaica es lo que sabe.

Y cuando todo pase
         -cuando todo pasa-

de mí no quedará ni el nombre.

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