8 de marzo de 2015

Crisálida escritura

Me permito el silencio para decorarlo con palabras. Y me dejo la piel en la escritura. Yo soy “esto”, “aquí”, “debajo”, lo que late entre las venas que hacen eco. Soy el remanente de una voz que, insistente, me repite “no eres suficiente”. Uno se quiebra en los peñascos de la duda; observa, cuestiona, vuelve a analizar y entreteje las palabras de tal forma que el entramado sea un fiel reflejo del paisaje interior.

         He intentado resumir el proceso y partir desde una página virtual en blanco y aunque la urdimbre parece “funcional”, para mí carece de emoción. Por eso vuelvo al rito de la pluma que rasga con sus trazos el papel, porque también ese rumor da un poco de sentido al acto de escribir. Es la tinta que irrumpe con violencia en el blanco espacio para darle orden y secuencia a una maraña de pensamientos atascada como la vida en la garganta.
         Entonces, frente a ese caballete, uno escribe una historia (una “no-historia”) de esto que acontece dentro. Por momentos la tinta fluye, se hace más vívida conforme se vacían las venas de palabras. Luego, en la relectura, la estructura parece amorfa, hechiza, apócrifa. Uno teje una especie de crisálida para mutar el texto, madurarlo, hacer que llegue a una transformación, sin perder su esencia.
         Después de esto, cualquiera esperaría una colorida mariposa, tan hermosa en todos sus matices, lista para emprender el vuelo, así la vida dure apenas unos días. Pero mi escritura ya está viciada mucho antes de “ser”. Por eso jamás verá en sus alas el hermoso colorido que es posible admirar en otras mariposas. En mi caso, con la madeja de la vida, me dedico a tejer una crisálida que dé vida a una triste polilla, también hermosa, pero con una belleza de otra variedad.

         No escribo para crear escenarios placenteros. Mi escritura también es una presencia incómoda que invita a verse en el espejo y cuestionarse por el “ser” oculto bajo capas de maquillaje y hechos cotidianos. Mi escritura es la misma voz que escucho (la voz de Ana vestal y su doctrina de muerte), en una amarga letanía: “no eres suficiente”. Y mientras haya un poco de vida latiendo entre mis venas haré que el lector se cuestione a sí mismo en su propia finitud.

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