1 de marzo de 2015

Vivir. A secas

En el último año me permití el lujo de vivir. A secas. Pero un 6 de noviembre las cosas vinieron a pique y desde entonces busco una nueva rutina que me permita la existencia. Sé que después de tantas cosas por las que he pasado no debería ser difícil encontrar un nuevo camino. Pero no puedo.
         Anclado en un punto en medio de la nada, a mi alrededor solo es páramo desierto, un horizonte de frontera que no es vida ni muerte. Y de noche los demonios se acercan acechantes para arrastrarme debajo de la tierra y sumirme en la pesadilla interna.

         Aquí dentro hay tanto eco. Me he dejado vaciar en las páginas escritas para dejar testimonio de mi experiencia. Únicamente los “hijos de Ana” encontrarán las claves porque compartimos un mismo código incomprensible para “los otros”, aquellos seres cuya existencia está marcada por el darwinismo.
         Y escribo. Me dejo la vida clavada en las palabras porque renuncio a ser una estadística más. Renuncio a un sistema preestablecido de incompletud. Me basto a mí mismo con esto: soy Todo/Nada. Y la silueta dibujada en el espejo me lo recuerda cada mañana.
         Con el tiempo los brazos dejan ver la tinta con que escribo. Hoy se advierten los surcos (ahora imposibles de borrar), el púrpura mezquino de las batallas cotidianas y una ruta de costras tan ásperas al tacto. Por las noches me pregunto cuánta vida me habita entre las venas y, sin embargo, por más eco recorriendo este entramado, aún restan latidos que me aferran a “esto”.

         Nadie/Nada puede detenerlo. Sin embargo, ¿por qué prolongar la espera en el umbral? Quizás porque mi propio testimonio aún no ve la luz en una página en blanco. Pero pronto. Pronto. Hechos recientes han acelerado tal vez el momento. ¿Por qué aferrarse a una existencia que te repite “no eres suficiente”?

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