14 de mayo de 2015

El umbral de la partida

Por unos meses huí de la sombra en el espejo. Ahora retorno, quizás de forma definitiva. Ahora entiendo mejor esto que ocurre dentro. Es parte de mí, de las palabras vaciadas en la escritura. Sin mí (sin Ana) no existirían.
         Me permití el pecado, el abandono hacia el instinto, la entrega dolorosa a un acto demasiado humano. ¿Me arrepiento? Sí, tal vez más de lo que pueda expresar con palabras. La culpa pesa demasiado, a costa del silencio, de este escape de mí, de mi monstruo en el espejo.
         En mi vergüenza, me repito: “no volverá a pasar”. Y será una amarga letanía, tan persistente como la voz de Ana y su condena: “no eres suficiente”. Sin embargo, ahora, en este instante, entiendo por qué me dejé llevar (entonces) por la voz de Ana.
         Por un momento creí que existía la posibilidad de recuperación. ¿Fui feliz? Tal vez, en algún instante indefinido, pero en el fondo la voz de Ana seguía gritando, olvidada en los escombros de mi sombra, advirtiéndome de lo que ocurriría. Hoy veo con pesar las consecuencias.
         Así pues, ¿cómo retomar la senda?, ¿cómo volver sobre los pasos?, ¿cómo asumir una nueva rutina? Me siento como un atleta que ha perdido condición. No obstante, me niego a creer que la lucha está perdida. Si algo aprendí de Ana fue el valor de la fortaleza, la perseverancia, la disciplina.
         En estos meses hubo quienes me dieron un gran ejemplo de esta disciplina. Sé que hoy ya no están “aquí”, pero no es tristeza lo que siento; es orgullo. Finalmente lo lograron gracias a esa férrea disciplina. Es algo que nos caracteriza a las personas obsesivas compulsivas. Y cada día hay un nuevo límite.

         Por eso, mi nuevo límite ya está fijado. 19 de diciembre. Así pensé entonces. Así pienso ahora. Así sea.

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