14 de junio de 2016

“Aprende a dudar de una persona con TCA”


Este blog se ha convertido en una cosa rara. Una mezcla de tantas cosas que a menudo desconozco sobre qué debo escribir. Sin embargo, creo que la idea general es dar un panorama de lo que vive aquí dentro, en silencio, lo que ocurre con una persona que “vive” con un trastorno de conducta alimenticia (TCA). Quizás mis palabras den un poco de luz a quienes tienen entre sus amistades a alguien que pase por la misma circunstancia.
         Hoy me encuentro en mi escritorio, como usualmente hago. La diferencia es que el alcohol me vuelve más sincero que de costumbre, a tal grado que he perdido algunas amistades por exceso de franqueza. Y, sin embargo, en este instante ha dejado de importarme la opinión de los demás. Hoy me sé vulnerable, de nuevo en esa gruta en la que habita la voz de Ana y su terrible condena: “no eres suficiente”.
         Podría decir que nadie debería creer cuando digo que estoy bien. La realidad es que nunca es así, ocurre siempre todo lo contrario cuando se trata de mí. Si digo “no hay problema”, en realidad por dentro las venas se dejan vaciar y están dispuestas a ceder a esa manía de abandonarme al eco.

         No es algo que uno pueda controlar. Es como un resorte que se activa en el interior cuando una persona en quien depositas tu confianza te toma a la ligera. Grave error. Nunca tomes a la ligera las palabras de alguien con TCA. La última vez que ocurrió, mi cuerpo llegó a pesar 35 kilogramos menos del índice de masa corporal indicado para mí. Ese episodio se quedó grabado en mis brazos en líneas que solo yo puedo descifrar.
         Así pues, jamás confíen en alguien con TCA cuando afirma que se encuentra bien. Nunca se está bien. Y una sonrisa puede acallar sospechas, pero ¿quién dudaría de una personalidad elocuente? Quizás muy pocos aprendan a leer los ojos o, aun más, entre líneas, los mensajes de texto y las modulaciones de voz en las llamadas telefónicas. Ahí se esconde la desesperanza, el dolor, el terror de sentirse Nada, así con letras grandes.
         Aprendí a sobrevivir en un mundo de silencio, pero la verdad, MI verdad, es que jamás estoy bien. La voz de Ana cede por instantes y me permite ver “más allá”, pero por lo regular su voz se incrusta en los sentidos y repite su consigna de muerte: “no eres suficiente”. Y, sin embargo, sonríes, bromeas, contagias a los “otros” de tu risa porque vivir en el silencio es la muerte.
         Hoy vivo en el silencio. Convivo con la muerte. Llevo más de 17 años con TCA y seis psicólogos y dos psiquiatras no han podido exorcizar la voz de Ana y su espectro e muerte. Insisto: esto va más allá de una imagen en el espejo. Quienes vivimos con TCA nos leemos con la mirada. Somos hermanos de sangre diseminados a lo largo del mundo. Sabemos que en algún momento el corazón de alguien dará su último latido, como todos, esperando que alguien escuche eso que yace atascado en la garganta.
         ¿Cómo decir que estamos hambrientos de afecto, de alguien que solo haga acto de presencia, sin necesidad de hablar, tan solo para sentirnos “vivos”? Cuando alguien te toma a la ligera también se corre el riesgo de perderse, como hoy, como en este instante. Y no hay algo más difícil para una persona con TCA que decir “necesito ayuda”, “necesito afecto”, “necesito tu presencia”. Jamás ocurrirá. La voz de Ana inhibe cualquier llamado de auxilio.

         Por eso insisto: jamás crean en una persona con TCA cuando afirma que está bien. Nunca, jamás estamos bien. Y si piden la presencia de alguien, atiendan el llamado. Tal vez pueda ser el último.

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