14 de marzo de 2018

“En la boca de la noche”


A veces uno se lleva grandes muestras de que confiar en la gente a menudo te conduce a grandes decepciones. Algunos dirán que se confió en las personas equivocadas. Quizás, aunque me resulta imposible pensar en una vida de desconfianza. Para los hijos de Ana, la confianza se gana con el tiempo, no es algo fortuito e inmediato. Sin embargo, una vez ganada esa confianza, se exponen secretos de una vida íntima que, al momento de traicionar esa confianza, amenazan una existencia marcada por el secretismo.


Pongo énfasis en la confianza porque la anorexia, en este caso la anorexia masculina, no es algo fácil de asimilar y mucho menos de aceptar para “los otros”. Los hijos de Ana trabajamos la confianza de diversas formas con el paso de los días y una vez que el corazón y la mente se abren sobre la experiencia de este trastorno, se puede decir que la confianza se ha ganado.

Pensar que los hijos de Ana faltarán a esa prueba de confianza es un tanto inverosímil. Cuesta tanto encontrar a alguien en quién depositar la confianza de esta experiencia de la anorexia que no la pondrían en riesgo. No obstante, cuando se nos atribuye esa ruptura, aquí dentro no hay palabras para mantener una relación de confianza. Es mejor dejar ir. Si desconfían “los otros”, ¿por qué habríamos de seguir confiando?

En mi vida he tenido muchos ciclos en los cuales una amistad es cercana, tanto como un lazo de hermandad, y pasa el tiempo y siempre se presenta este episodio (en algunos casos es ruptura, en otros más solo implica un distanciamiento) y al cabo de los años vuelven, con una mente más abierta a comprender esta experiencia. El ciclo puede repetirse de forma indefinida. Alguna voces simplemente se pierden en el camino.

Hoy me enfrento a un episodio similar y aunque piense en mantener esa relación, finalmente mis emociones no corresponden con esa intención. Callé, pero el que calla no siempre otorga. He decidido que el tiempo haga lo que tenga que hacer y si esa persona en realidad valora la confianza depositada, volverá. De lo contrario, tal vez no le haga partícipe de mi ocaso cuando este llegue.

Me vio abrirme las venas. Me vio en los ayunos intensos. Me vio expuesto de la forma más vulnerable. Y sin embargo algo se rompió en el silencio. Algo había en el pasado que se fue acumulando hasta ese punto. Ana dice que recuperar esa confianza es perder el tiempo. Le doy la razón. Alguien que no cree en ti, ¿necesita un espacio en tu corazón?, ¿depositarás en esa persona un valioso fragmento de tu vida?

A pesar de todas estas experiencias negativas, me niego a creer que se puede tener una vida sin confiar en alguien, incluso desconocidos. Hace años, cuando reunía testimonios para escribir “Los hijos de Ana”, encontré muchas voces que ansiaban depositar su confianza en otra persona para hablar de sí mismas y de esta tortura que representa la anorexia. Y aunque desconocidos, la confianza se ganó con el tiempo, no se manifestó de un día para otro.

La verdad es que la vida con Ana representa un mundo de pérdidas: de expectativas, de confianza, de amistades, de sueños e ilusiones, de la voluntad de vivir, de la voluntad de existir. Ana juega a perder para ganar. Es una ruta de conocimiento poco ortodoxa, pero permite verse a sí mismo frente al mundo y asimilarse parte de Nada. En el fondo, los hijos de Ana nadamos en un mar de voces en una batalla contra el silencio.

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