A veces uno se lleva grandes muestras de que confiar
en la gente a menudo te conduce a grandes decepciones. Algunos dirán que se
confió en las personas equivocadas. Quizás, aunque me resulta imposible pensar
en una vida de desconfianza. Para los hijos de Ana, la confianza se gana con el
tiempo, no es algo fortuito e inmediato. Sin embargo, una vez ganada esa
confianza, se exponen secretos de una vida íntima que, al momento de traicionar
esa confianza, amenazan una existencia marcada por el secretismo.
Pongo énfasis en la confianza porque la anorexia, en
este caso la anorexia masculina, no es algo fácil de asimilar y mucho menos de
aceptar para “los otros”. Los hijos de Ana trabajamos la confianza de diversas
formas con el paso de los días y una vez que el corazón y la mente se abren
sobre la experiencia de este trastorno, se puede decir que la confianza se ha
ganado.
Pensar que los hijos de Ana faltarán a esa prueba de
confianza es un tanto inverosímil. Cuesta tanto encontrar a alguien en quién
depositar la confianza de esta experiencia de la anorexia que no la pondrían en
riesgo. No obstante, cuando se nos atribuye esa ruptura, aquí dentro no hay
palabras para mantener una relación de confianza. Es mejor dejar ir. Si
desconfían “los otros”, ¿por qué habríamos de seguir confiando?
En mi vida he tenido muchos ciclos en los cuales una
amistad es cercana, tanto como un lazo de hermandad, y pasa el tiempo y siempre
se presenta este episodio (en algunos casos es ruptura, en otros más solo
implica un distanciamiento) y al cabo de los años vuelven, con una mente más
abierta a comprender esta experiencia. El ciclo puede repetirse de forma
indefinida. Alguna voces simplemente se pierden en el camino.
Hoy me enfrento a un episodio similar y aunque piense
en mantener esa relación, finalmente mis emociones no corresponden con esa
intención. Callé, pero el que calla no siempre otorga. He decidido que el
tiempo haga lo que tenga que hacer y si esa persona en realidad valora la
confianza depositada, volverá. De lo contrario, tal vez no le haga partícipe de
mi ocaso cuando este llegue.
Me vio abrirme las venas. Me vio en los ayunos
intensos. Me vio expuesto de la forma más vulnerable. Y sin embargo algo se
rompió en el silencio. Algo había en el pasado que se fue acumulando hasta ese
punto. Ana dice que recuperar esa confianza es perder el tiempo. Le doy la
razón. Alguien que no cree en ti, ¿necesita un espacio en tu corazón?,
¿depositarás en esa persona un valioso fragmento de tu vida?
A pesar de todas estas experiencias negativas, me
niego a creer que se puede tener una vida sin confiar en alguien, incluso
desconocidos. Hace años, cuando reunía testimonios para escribir “Los hijos de
Ana”, encontré muchas voces que ansiaban depositar su confianza en otra persona
para hablar de sí mismas y de esta tortura que representa la anorexia. Y aunque
desconocidos, la confianza se ganó con el tiempo, no se manifestó de un día
para otro.
La verdad es que la vida con Ana representa un mundo
de pérdidas: de expectativas, de confianza, de amistades, de sueños e
ilusiones, de la voluntad de vivir, de la voluntad de existir. Ana juega a
perder para ganar. Es una ruta de conocimiento poco ortodoxa, pero permite
verse a sí mismo frente al mundo y asimilarse parte de Nada. En el fondo, los
hijos de Ana nadamos en un mar de voces en una batalla contra el silencio.
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