6 de julio de 2009

De cicatrices y despojos


Cada cierto tiempo las quimeras se renuevan. Distinguirlas es fácil, mudan de piel con calma, en dicho proceso se transforman, se vuelven otras, pero la única verdad se encuentra al final de los ojos, donde yace la realidad del mito en el que viven. No son peligrosas, aunque sí se perfilan decadentes, como sin vida, inmutables, mecánicas y cíclicas eternas. Intentar detener el proceso de transformación sería un atentado contra la ficción, terminaría con las páginas recorridas por la melancolía y la gran cantidad de letras perfiladas por la lengua de las cebollas. Al advertir ese estado es mejor dejarlas pasar. En su silencio consumen toda su agonía. En ese lapso atienden a su naturaleza serpentaria, silentes, alegóricas, dantescas. Hoy recordé a una quimera muy especial. Como yo, también calla. Su dolor es un misterio, al igual que su pasado, presente y futuro. Nunca revela sus aspiraciones ni deseos. Jamás indica lo que será o hubiera sido. Es el tiempo en sí que se dedica a recordar, a permanecer pero a la vez a pasar como una sombra. Esa quimera me hizo ver que hay muchas categorías en nuestra especie. No todas dicen lo que son, hay algunas que realizan su papel sin cuestionarse, sin cuestionar... Sin embargo, otras nos atrevemos a romper las reglas y decidimos que la mordaza que sella nuestros labios jamás volverá a ser un claustro de palabras. Decir con el corazón en la mano y detallar el dolor en una simetría discordante de emociones no parece una buena idea para alguien que sólo sabe expresarse en la lengua de las cebollas. No obstante, en esa grafía queda la memoria de un mito irrepetible que insiste en no escapar a la huella del tiempo. Es la palabra que quiere ser y renacer. Mi historia no es un cuento que termina con el clásico fin y un atardecer de enamorados, la tragedia persiste y se magnifica ante la nostalgia de todos los días, un transitar diario por los andenes de Gustave Doré. En las alas de la mariposa se tejen los hilos de la invención con los que he tratado de cerrar las heridas del amor, que ni el arte ni la vida pueden suturarlas. No dejo de buscar el mejor remedio para ese mal de amores, pero no creo que un clavo saque otro clavo. Ante mí la vida se torna un polvo fino de polillas que en mi andar descalzo y con la sal de los recuerdos se convierte en un secreto indescifrable para quien no entiende la lengua de las cebollas. Sólo las quimeras entendemos ese código que el mito y la ficción nos han regalado, es un don, una profecía que tal vez se convierta con el paso del tiempo en sólo una parábola, quizás tan sólo el vestigio de que en algún momento existió una raza melancólica y decadente, un ser fuera de cualquier entendimiento lógico, mas no emotivo...

No hay comentarios:

Publicar un comentario