28 de abril de 2014

Añorando la infancia

Si pensara en mi infancia, diría que tuve carencias como cualquier otro niño de mi generación. Vivimos la crisis económica de los 90. Nuestros padres seguramente la sufrieron y eso incidió en la "calidad" de vida que pudieron ofrecernos.
De familia disfuncional, era poco el tiempo que podía ver a mi madre. Me recuerdo llorando por las mañanas cuando la veía partir rumbo al trabajo. Hasta mucho tiempo después supe que a ella también le partía el corazón salir de la casa y escuchar a su espalda el llanto de sus hijos. Pero así era. Así debía ser.
No éramos ricos. No éramos una familia "acomodada". Estudié en escuelas privadas con beca; nunca por decisión propia. Mi madre consideraba que en una escuela privada la educación es mejor. Y, sin embargo, cuando ingresé a una escuela pública advertí que había otros niños en las mismas circunstancias que yo, con experiencias a menudo tan distantes de las que había vivido.
¿Qué anhelaba entonces? No lo recuerdo con claridad. Lo primero que viene a la mente eran los momentos incómodos en el recreo. Mientras en la escuela privada veía a otros niños con su lonche y sus tres monedas para gastar en la cooperativa; en la escuela pública el lonche era compartido entre quienes llevaban y quienes no. Había igualdad. Pero en ambos lugares se forjaron lazos de amistad que nunca pensé que perdurarían con el pasar de los años.
Hablar de nuestra propia infancia también nos permite reflexionar sobre los niños de hoy. ¿En realidad necesitamos tantas cosas materiales para tener una infancia plena? Lo dudo. Mi primera computadora ya era usada. Un poco obsoleta. Y empecé a usarla cuando ya estaba en la adolescencia. ¿El primer teléfono? Hasta la carrera universitaria.
Si vestía ropa de marca o no, me daba igual. Hasta la fecha, me siento cómodo con lo que visto (puedo mezclar unos zapatos de 1,200 pesos con jeans de reciclaje y suéteres tejidos por mi propia mano) y no siento que usar tal o cual marca me dé una identidad; tal vez un estatus, pero será algo efímero.
Si pensara en la parte más importante de mi infancia y que me marcó como persona, diría que el matriarcado en mi familia ha sido fundamental para entender la vida de otro modo. Siempre la igualdad. El respeto. La economía. La libertad de "ser". Esas serán enseñanzas que llevaré toda mi vida como la herencia más preciada de parte de mi familia.
Además, desde muy pequeño había libros a mi disposición. Desde mi primer libro de cuentos de los hermanos Grimm (olvidado en quién sabe cuál caja de mudanzas del pasado) hasta Voltaire, Foucault, Gustavo Adolfo Bécquer o Guadalupe Loaeza (así de variadas fueron mis lecturas).
¿Temas tabú? Tal vez, pero podía preguntar y siempre habría alguien que me respondiera, incluso cuando se tratara de temas "modernos" para una generación mayor.
¿Limitantes? Nunca. Pude ingresar a todo tipo de cursos que me permitieron explorar lo que me gustaba y lo que no: clases de solfeo, de canto, de guitarra, de dibujo y pintura, de informática, de creación literaria, incluso talleres de bordado y tejido.
Pasar por el tipo de experiencias que tuve me permitió crecer con una mente más abierta a las posibilidades. Nunca se me exigió ser tal o cual cosa más allá de un "buen hijo", entendido como alguien con valores, con ética, con una pizca de "humanidad", alguien que aportara algo a la sociedad.
Mi familia es tan grande, tan dispersa; y sin embargo, cuando nos reunimos, cada generación tiene lazos que nos unen. Tal vez crecimos en contextos diferentes, pero el matriarcado (ese modelo tan ancestral y tan sabio) nos ha permitido pensar de forma grupal, en el avance colectivo, formando alianzas, creando redes más allá de lo formal.

Este 30 de abril, Día del Niño, nada me haría más feliz que ver a la infancia de hoy con las mismas oportunidades de mi generación, sin exigirles ser tal o cual cosa, simplemente "ser". Quisiera ver a niños conviviendo sin importar la diferencia de estatus, la marca de ropa, el lugar donde viven. Volvería a creer en la "humanidad" al ver a dos compañeritos compartir su torta del recreo. La infancia aún tiene muchas lecciones que enseñarnos. Abramos los ojos. Recuperemos nuestra "humanidad".

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