19 de mayo de 2014

De quimeras con derechos

No fueron pocos quienes pidieron esta entrada en el blog y, a pesar de mi renuencia, aquí está mi opinión respecto al 17 de Mayo, Día Internacional (y Nacional también, desde este año) de Lucha Contra la Homofobia.
         Si bien en ocasiones pasadas hacía referencia a esta fecha en respuesta a declaraciones de la Diócesis de Zacatecas, en esta ocasión no escribiré un panfleto por encargo. Quiero escribir desde mi experiencia, desde mi punto de vista como observador de la naturaleza humana y también como miembro de la comunidad Lésbico Gay Bisexual Transgénero Transexual Travesti e Intersexual (LGBTTTI). Sí, con todas sus letras, por mucho que cueste escribirlas.
         ¿Por dónde empezar esta disertación? Tal vez por lo primero que me viene a la mente: el por qué de esta conmemoración. En 1990, en esta fecha, la Organización Mundial de la Salud (OMS) retiró de su lista de enfermedades mentales la homosexualidad. Para entonces yo tendría cinco años de edad. Aún no sabía lo que era la homosexualidad y, sin embargo, ya usaba los tacones de mi madre. ¿Preocupante? Al parecer a la psicóloga de la escuela le alteraba el hecho de que en las actividades de grupo yo prefiriera realizar “labores domésticas” antes que unirme al grupo de niños que jugaban con sus carritos en el patio.
         El ejemplo no está muy alejado de la década en la que vivimos. Desde entonces se han conquistado derechos. Se han creado instituciones para garantizar esos derechos. Se han generado programas educativos que pretenden integrar la diversidad sexual dentro de la pedagogía. Y, sin embargo, seguimos viviendo como en ese 17 de mayo de 1990 o quizás como mucho tiempo atrás.
         La Iglesia católica (al menos en México) parece inflexible en el tema de la unión matrimonial entre personas del mismo sexo. No los acuso. tampoco los defiendo. Su postura es muy respetable, mientras no se incite al odio. No obstante, en la sociedad mexicana (por poner un ejemplo cercano) pervive un modelo falocrático patriarcal que “señala” la diferencia, la cual debe ser castigada, marginada, exterminada (en el peor de los casos). Se puede ser un alcohólico, violador de menores, ratero, asesino, estafador, promiscuo, hasta político; pero ser una persona con orientación sexual homosexual es lo peor, desde esta perspectiva.
         Tampoco quiero hacer una apología de la comunidad LGBTTTI colocándola permanentemente en el papel de víctima. Porque los tiempos cambian y también las mentalidades. No solo la comunidad LGBTTTI ha conquistado derechos que parecían reservados exclusivamente a la heterosexualidad. Ahora es posible establecer uniones civiles que, al menos en el papel, dan la posibilidad de que las relaciones entre personas del mismo sexo tengan una certeza más allá de la palabra y la “fidelidad” (ese término tan chocante).
         Ahora también (al menos en algunos estados) las parejas del mismo sexo tienen acceso a la seguridad social, ya pueden heredar sus bienes sin juicio de por medio, incluso es posible visitar a la propia pareja en el hospital cuando alguien es intervenido quirúrgicamente. En algunos estados ya es posible donar sangre como cualquier persona que se precie de ser heterosexual (como si eso garantizara que la sangre estará “limpia”).
         Pero el problema que veo (y que no solo se refleja en la comunidad LGBTTTI, sino en general entre toda la población) es que las nuevas generaciones vienen al mundo con estos derechos ya conquistados (la libertad de expresión, educación gratuita y laica, entre otros derechos), sin ser conscientes de que estos derechos no les fueron dados de forma gratuita, sino que las generaciones previas tuvieron que luchar por ellos y algunos hasta morir en el intento.
         Ahora bien, centrándonos en la comunidad LGBTTTI, veo a las nuevas generaciones también con esta falta de conciencia respecto a los derechos conquistados. El 17 de Mayo no representa para ellos el homenaje a la lucha emprendida para llegar al punto en el que estamos (a medio camino, si se quiere, pero al menos con avance). Al contrario: el “desfile”, el show en el antro, el motivo para sacar la bandera de colores y gritar al mundo que se tiene una orientación sexual diferente a la heterosexual. ¿Qué hay más allá? Tal vez frivolidad. Perreo. Bufar. Cosas que también caracterizan a la comunidad, pero que no abonan al clima de respeto por el que se pugna.
         Yo no necesito bufar para sentirme “más” homosexual. Yo no necesito perrear para sentirme “más” homosexual. Yo no necesito ofender al mundo respecto a la sexualidad solo “porque puedo”. Yo “soy”, lo demuestro cada día siendo mi “yo mismo”, consciente de que puedo “ser yo” gracias a esos activistas que lucharon y otros que siguen (seguimos) en la lucha para continuar conquistando derechos hasta tener una sociedad de igualdad, de respeto, de integración.
         Yo no podría pavonearme de ser “el homosexual que más bufa” sabiendo que hay tantos crímenes de odio por homofobia sin respuesta, que quedaron en los encabezados de los periódicos como “Puñal mata a puñal”, como si por el hecho de ser homosexual uno buscara morir a manos de los otros. ¿En qué cabeza cabe que unos tacones del diez, las pelucas bombachas y las largas pestañas postizas me harán “más homosexual”? La indumentaria no define en mayor o menor medida la homosexualidad, solo es parte de una identidad que va más allá de las prendas que uno vista. La homosexualidad también se trata de “ser”.

         Desde aquí envío mi respeto y admiración para los activistas que permanecen en lucha, conscientes de que falta mucho para llegar a una sociedad de igualdad, de justicia, de equidad. Gracias por todas las batallas libradas desde todos los frentes. Estamos juntos.

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