24 de junio de 2013

Cicatrices de palabras


Las palabras tienen una carga de tal magnitud que a menudo se desconoce el peso real cuando se expresan. De utilizarlas en la comunicación cotidiana, pueden ser herramientas para bien. ¿Pero qué pasa cuando se emplean como arma de destrucción? Cuando ocurre, la persona que lo hace a menudo ignora hasta dónde llega su discurso.
Una de las formas más evidentes de hacer daño con el lenguaje es el bullying. Los jóvenes son especialistas en hacer sentir mal a esas personas de emociones frágiles y muy poca o nula autoestima. Lo más común es referirse a las personas con calificativos «negativos» para «describir»/«etiquetar» algo que no corresponde con el estereotipo o lo «socialmente aceptado».
Más grave resulta cuando el discurso se vuelve más complejo, desde el sarcasmo, la burla indirecta, la «exclusión»… Formas que tienden a «marginar» al sujeto que motiva la burla.
Lanzar la piedra y esconder la mano, pero ¿quién se responsabiliza por los daños que causan las palabras? Tal vez nadie, porque la sociedad actual actúa de manera tan individual (individualista) con la mentalidad de: «si no me afecta, no es mi problema». Y, sin embargo, el problema sigue.
¿Qué ocurre con la persona «afectada»? Nada, quizás todo. Cae en una red de entramado complejo de la que es difícil «escapar». Pero hay ciertas prácticas que, aunque representen «trastornos», permiten resistir la situación que enfrentan.
¿Qué es el «self injury»? Para muchos podrá ser algo grotesco, irracional, violento. Sí, lo es. Y también representa una válvula de escape ante la imposibilidad de materializar en palabras lo que se guarda en la mente de la persona afectada.
Realizarse heridas en el cuerpo por propia voluntad no es una práctica aislada. Por lo regular tiene que ver con personas frágiles, con inestabilidad emocional (mucho más que el común de la gente) y con otro tipo de «trastornos». ¿Cómo afectan las palabras a personas que tienen esta práctica?
Piensen en una piedra que es arrojada a un lago. Forma ondas que desaparecen con el tiempo y la superficie vuelve a su estado original, estática. En el caso de quienes practican el «self injury», esa piedra sube y baja, elevando cada vez más ondas en la superficie, revolviendo el lodo que yace en el fondo, creando un aparente caos. Pero el agua nunca vuelve a su estado original.
Se requiere ver la herida, sentirla, palpar la sangre brotar de la carne abierta para tener un poco de tranquilidad. Y se sabe que al final habrá marcas en la piel que no se podrán borrar. Cada cicatriz es otra prueba de «crisis» superada, pero sólo en apariencia.
¿Por qué es tan difícil detectar quiénes practican el «self injury»? Porque los cortes por lo regular no se realizan en áreas visibles, y si lo hacen, son ocultadas por prendas de ropa. Lás áreas más frecuentes para hacer los cortes son los antebrazos, las piernas, el vientre… áreas que sólo se verían en la intimidad, pero esa experiencia está «reservada» sólo para quienes son capaces de «entender»…
El «self injury» es otra manera de resistir sin caer en la locura. Si las palabras crean heridas, las cicatrices de estas prácticas procuran minimizarlas. Es otra forma de sobrevivencia.

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