2 de junio de 2014

Del bullying y otros cuentos de terror

Hoy el lenguaje se ha convertido en un arma, mucho más que en una herramienta. No creo que el bullying sea un fenómeno actual. Es la etiqueta impuesta por el siglo XXI para una violencia que ya no puede ser omitida, una violencia que lleva décadas en nuestra sociedad, que carcome la identidad, que corroe la “humanidad” que pudiera definir a una persona. ¿Carilla?, ¿algo “natural”? Me explico.
         De inicio, sería maniqueo tratar de clasificar el fenómeno en víctimas y victimarios. El problema es más complejo. Aquello que denominamos “una nalgada a tiempo” parece cobrar más vigencia hoy, cuando las nuevas generaciones no pueden ser “tocadas ni con el pétalo de una rosa”. En consecuencia, los jóvenes no tienen un referente de lo que son los “límites”; viven a la deriva entre lo que es “bueno” y es “malo” (un sistema binario tan básico en una sociedad que se precie de ser “civilizada”) porque desde la infancia, cuando se construyen estos conceptos en la mente del niño, no se establece este sistema.
         Podría arriesgarme a afirmar que los jóvenes “violentan” a otros jóvenes porque es “normal” (para ellos) cometer actos violentos en la adolescencia. ¿Quién les ha enseñado lo contrario? Nadie. Y, sin embargo, la mayoría de los medios de comunicación insisten en que esta enseñanza empieza en casa, casi al grado de afirmar que debería ser un delito que en los hogares no se fomente esta cultura del respeto. Tan fácil de decir, tan difícil de aplicar.
         ¿Cómo esperan que los padres dediquen más tiempo a sus hijos, que los vigilen, que los “eduquen”, cuando vivimos tiempos en que un salario no basta para mantener a una familia? Tal vez generalizo, pero podría afirmar que la mayoría de los jóvenes “agresores” provienen de familias disfuncionales, con padres que deben trabajar jornadas extra o incluso tener dos empleos para “medio sobrevivir”.
         Está bien entregar “amor” a los hijos, pero los hijos no viven solo de amor. Se requiere dinero para alimentarlos, para vestirlos, para darles un techo, un nombre (hasta las actas de nacimiento tienen un costo). No obstante, la sociedad actual aún se escandaliza por las manifestaciones del bullying que han derivado en muchos casos en la muerte de la persona que es objeto de violencia, ya sea por homicidio o por suicidio. ¿Quién es “más” responsable en estos casos? Y digo “más” porque en este sistema de violencia no hay un solo responsable.
         ¿Hasta dónde el bullying es un reflejo de la decadencia de los tiempos, de esa pérdida de “humanidad”? Ya la Iglesia católica advertía de una pérdida de valores que incide en los problemas sociales que hoy nos afectan: desintegración familiar, violencia, narcotráfico, homicidios... y, sin embargo, la Iglesia, a pesar de hacer un llamado a ver el problema, también ha perdido crédito ante la propia corrupción que permea en la institución.
         Pero el objetivo de este comentario no va en ese sentido. Si tomamos en cuenta solo el binario “víctima-victimario”, ¿qué siente la persona al ser objeto de violencia?, ¿qué pasa por su mente?, ¿hasta dónde le afecta ser violentada para llegar al suicidio (o intentarlo)? Más allá de los casos que han sido titulares en los principales diarios de circulación nacional (magnificados por el poder de las redes sociales), he conocido casos de primera mano, con testimonios escalofriantes, pero con los cuales también me identifico (aunque no entraré en detalles).
         Recientemente un amigo a quien estimo demasiado por fin dio señales de vida, luego de poco más de un año de no saber de él. En ese año dejó sus estudios. El bullying llegó a tal grado que tuvo dos intentos de suicidio. Precisamente cuando me contaba los detalles él permanecía internado en el hospital tras su segundo intento (y en el que “casi lo logra”).
         ¿Dónde estaba su familia? Ahora no tiene madre (y no en ese sentido). Vive con su padrastro (un ser tan ajeno a lo que ocurre con su vida, al igual que su única hermana). Y mientras mi amigo me relataba lo ocurrido en este último año, no podía dejar de advertir una especie de “abandono” de sí mismo. Con una mente de una creatividad que me asombra y un talento que no se atreve a exhibir, mi amigo vive con temor a salir a la calle (siempre había alguien para “molestarlo”), a expresar sus sentimientos (el abuso sexual seguro no estaba entre sus planes), a “crecer” (en referencia a su anatomía) como “hombre”.
         ¿Cuántos casos de este tipo no he atestiguado? Están las personas con anorexia (cuyos trastornos van más allá de la etiqueta “lo hacen por vanidad, por moda”), también quienes se realizan cortes en la piel (en un fenómeno perturbador en el que solo cabe la impotencia), los que se abandonan al delirio del alcohol (porque es más fácil asumir una realidad de ese modo que “sobrevivir” cuando todo se ha perdido), aquellas personas que se entregan a prácticas de riesgo...
         En el fondo, son personas que asumen la violencia y la interiorizan. Han sido tan dañadas que no pueden reproducir el patrón de violencia con “los otros”. Llegan al grado de convertirse en personas que se autodestruyen, porque la violencia de la que han sido objeto parece haberles grabado en lo más profundo de su mente: “no eres nada” (perdón por la doble negación, pero así es como se entiende usualmente).
         No quisiera generalizar, porque hay víctimas-victimarios. Pero los casos que refiero parecen los más graves, los que se acercan más a la muerte que “adorna” los titulares de los periódicos (ese doble discurso que exhorta a “educar” desde el hogar, pero transmite la violencia actual, accesible a los ojos de cualquier individuo).

         ¿Qué ejemplo estamos dando como adultos a la juventud de hoy? ¿Esperaremos en México a que las personas violentadas se tornen en los “agresores”, como sucede en Estados Unidos con los jóvenes que, torturados por la violencia recibida, desatan una balacera en las escuelas tan solo para demostrar que “son algo”? Es un tema que tiene muchas aristas. Yo insisto: una nalgada a tiempo ahorrará un derramamiento de sangre. Un tema para reflexionar.

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