23 de junio de 2014

Pedro Lemebel y lo «queer» frente al espejo

En los últimos días he leído a Pedro Lemebel, La esquina es mi corazón (Seis Barral, 2013). La primera vez que escuché de él fue con mi estimado amigo, el poeta Uriel Martínez. Él me hablaba de una riqueza del lenguaje, de una prosa exquisita y unas imágenes crudas y estremecedoras que despertó mi curiosidad desde entonces.

         Me declaro ajeno a la vida y trayectoria de Lemebel como escritor. Ya habrá otros grandes críticos y escritores reconocidos que puedan dar cuenta detallada de la calidad de su obra. Yo me limitaré a mi experiencia como lector que, francamente, resultó un “re-descubrimiento” de las posibilidades del lenguaje.
         La esquina es mi corazón es una lectura sencilla, ágil, pero uno vuelve entre las páginas con el deseo de prolongar las imágenes creadas por su autor. En pequeños relatos, uno de pronto se ve inmerso en una noche donde todas las pasiones son posibles, donde caben los amores clandestinos, el sexo de barrio, la homoerotización de la milicia y una infinidad de situaciones clave para entender la masculinidad desde otras perspectivas.
         Más que anécdotas, el libro parece reunir fragmentos de fotografías que asoman un leve movimiento, sin llegar a convertirse en una secuencia terminada. Es un trazo del pintor sobre el lienzo, donde este coloca el primer esbozo de lo que implica una obra consumada. ¿Cómo explicar la sensación de convertirse en voyeur de la noche masculinizada para saciar el ojo lector con imágenes cimentadas en un lenguaje barroco y estilizado?
         Y entonces uno vuelve la mirada hacia un cinema donde los espectadores se devoran los cuerpos mientras Bruce Lee exuda feromonas a través de las artes marciales, porque “al final de cuentas el sexo en estas sociedades pequeño burguesas solo se ejercita tras la persiana de la convención”.
         Así vemos ejemplos de hombres que tienen sexo con otros hombres, sin llegar a denominarse (no en todos los casos) “homosexuales”, estableciendo un lazo de complicidad mientras vacían el ansia del cuerpo en un parque público, o quizás en los baños de vapor, en espera de un “otro” dispuesto a firmar también ese contrato de complicidad (y clandestinidad).
         Además, advertimos prácticas que forman parte del folclor de la milicia, en el que el cuerpo no-femenino pasa a ser erotizado a un grado equivalente al femenino, sin desprenderse de su masculinidad. ¿Cómo explicar, también, la sensación de invadir los separos de una cárcel donde el “sometimiento” parece un ritual de iniciación para los nuevos reos?
         Confieso que aún no concluyo la lectura de La esquina es mi corazón, lo que me impide hablar con mayor propiedad sobre este autor de origen chileno que, de acuerdo con Carlos Monsiváis, “es un fenómeno de la literatura latinoamericana de este tiempo (...) en cada uno de sus textos, el escritor se arriesga en el filo de la navaja entre el exceso gratuito y la cursilería y la ingenua prosa poética y el exceso necesario”.

         Pedro Lemebel parece el autor indicado para entender qué es eso que llaman “orgullo gay” y que se conmemora cada junio en la mayoría de los países del mundo. Una joya, sin duda, para reflexionar.

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