30 de junio de 2014

La vida en la escritura


Como habrán advertido mis lectores, tengo un interés particular por escribir sobre la vida cotidiana, lo que acontece ante nuestros ojos, a menudo sin ser procesado por la conciencia. Mucho de esto se lo debo a la influencia que han tenido sobre mí Virginia Woolf, Elena Garro, Wislawa Szyzmborska y otros autores que considero entre mis favoritos, pues recurro a ellos con frecuencia en mis lecturas de cabecera.


         Caer en el “lugar común” se dice fácil si uno piensa que “ya todo está escrito” y que no resta más por decir. Sin embargo, cierto poeta a quien debo mis primeros pasos en la escritura me enseñó que no todo está dicho, que se puede hablar una y mil veces del mismo tema, pero hay que darle una nueva perspectiva para ofrecer ese “plus” que no han tenido las versiones anteriores.

         ¿Cómo lograrlo?, ¿cómo re-escribir sobre un tema que ya ha sido trabajado (incluso con gran maestría) por otros autores? No es una tarea sencilla, cierto; pero tampoco imposible. En primer lugar, uno debe leer y releer lo más que pueda sobre un tema para abarcar la mayor cantidad de perspectivas a fin de encontrar esa laguna dejada por los otros, los que nos precedieron.

         En mi experiencia, todo ha sido una mezcla de diversas disciplinas que, además, me han permitido definir mi estilo. Ahí está el tema recurrente del amor, visto desde los ojos de un narrador que se disuelve entre los pliegues de las páginas y se funde con la conciencia de los personajes sin llegar a materializarse como una voz propia, independiente del personaje, pero no totalmente.

         También se vislumbra esa poética de Aristóteles que conjuga las unidades de tiempo, espacio y tópico. Es un día cotidiano en el que cabe una historia, con un tema específico, en un espacio también determinado. Y, sin embargo, es un día sometido a diversas circunstancias, un día en el que también entran otros tópicos motivados por las circunstancias. ¿Hasta dónde ese contexto determina una historia novelada?

         Para descubrirlo he recurrido al método teatral desarrollado por Stanislavsky, sin dejar de lado la propuesta literaria de Virginia Woolf y su monólogo interior o el flujo de conciencia. Pero no es suficiente. Uno tiene que salir a las calles y mirar el mundo con ojos analíticos, siempre con un filtro antropológico que nos revele la naturaleza humana y sus pasiones.

         Los hechos vividos en una narración (incluso en la vida cotidiana) parecerían mera consecuencia del azar. Sí y no. En el fondo considero que las circunstancias tienen un peso que ha sido omitido en mayor o menor medida según el hecho que acontece. Y uno debe explorar esas posibilidades que yacen bajo ciertas circunstancias para que embonen con la naturaleza de un personaje.

         ¿Escribir es sencillo? Sí, cuando uno es “observador permanente” del mudo que acontece en derredor. Por eso mi gusto por sentarme en silencio en un café, un bar, un sitio público donde pueda observar a los otros, aquellos que puedan ofrecerme una historia. Tal vez he dejado un rastro de esta naturaleza de “observador” entre mis personajes, también observadores de un día cotidiano sumidos en ciertas circunstancias.

         Si hablara de cada uno de mis proyectos (los ya publicados y los que están en marcha) diría que todos fueron motivados por la observación del entorno cotidiano. Y la perspectiva se define cuando uno pone más peso a un elemento que a otro. Así se define nuestra historia.

         Hablar de amor en tiempos de la inmediatez parece ficción y, sin embargo, existe el amor, en sus múltiples manifestaciones. Tal vez mis lecturas han influido para escribir historias que, aunque cursis, también estremezcan al lector, ya sea por el peso de la anécdota, por la intrincada red de circunstancias que envuelven a un personaje, o tal vez por la naturaleza evanescente de este.

         La vida cotidiana es una página en blanco que admite cualquier posibilidad, mientras vincule circunstancia, tiempo y naturaleza humana. La historia es una urdimbre en la que se cruzan los hilos de la acción y el pensamiento para dar paso a un tejido único, similar a otros, pero artesanal, propio. La vida del lector debería funcionar de una forma parecida, no obstante, la realidad (¿qué es “lo real”) tiene reglas más elaboradas que simple tejido de ficción. ¿Qué tanta semejanza guardan la ficción y la realidad?

         Al final, todo es texto.

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