4 de marzo de 2019

63. La libertad


Siglo XXI. La mayoría de los países ha abolido la esclavitud en sus leyes y, sin embargo, aún existe la esclavitud de manera legal en otras tantas naciones. “Trata de personas” es un término similar para referirse a la esclavitud de estos tiempos en los que predominan los discursos en torno a la libertad, la democracia y la igualdad. Discursos más falsos que mi propia felicidad.

         Con frecuencia pensamos la libertad como la vida fuera de una cárcel, como la posibilidad de votar por tal o cual representante de la ideología con la que tenemos mayor afinidad, la libertad de culto, la libertad de decidir. Se trata de pequeños alicientes parecidos a aspirinas para un cáncer mayor: la prisión de la conciencia.
         Este mundo ha creado otro tipo de jaulas con barrotes invisibles, aunque sólidos, que nos dan esa sensación de libertad a pesar del encierro. El sistema económico es una de tantas jaulas en las que vivimos encerrados sin ser conscientes de esa falta de libertad.
         Son sistemas que se superponen en diferentes grados, como el sistema político, el sistema tributario, el sistema laboral, incluso el sistema penitenciario. Y por mucho que se precien de falsas libertades somatizantes, siempre habrá un sistema en el que permanezcamos confinados.
         Tan solo en la cotidianidad vivimos necesidades impuestas que nos van restando libertades poco a poco. Nos venden el trabajo como la libertad prometida, esa epifanía del futuro próspero en el que veremos recompensas una vez que trabajemos lo suficiente (¿cuánto es “suficiente”?).
         La anarquía nos ofrece otra visión de la libertad, cuestionando las celdas de los diferentes sistemas que nos oprimen, haciendo visibles los barrotes que nos restan libertades. No tienen la llave, pero asimilar nuestra prisión es un primer paso para entender que la libertad sigue siendo una utopía creíble.
         Yo no tuve la libertad de elegir al ser traída al mundo. Nací y recibí un nombre. Y mi libertad consta en documentos firmados por otros nombres. Sin esos papeles, mi libertad no gozaría de “derechos” establecidos en otros documentos firmados por otros nombres. Ese es el sistema: la aparente libertad que solo es posible (aunque falsa) si alguien más da fe y constancia de tu existencia.
         Todos estos años he vivido con un nombre (“Ofelia”) sin que conste en uno de esos documentos. Vivo sin identidad oficial, pero existo más allá del nombre. ¿Soy más libre que aquellos cuya identidad consta en documentos oficiales?
         En la soledad de mi jaula canto el silencio de las libertades no gozadas, porque al final de todo, cuando suceda lo que ha de suceder, mi propio nombre se volverá silencio.

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