9 de marzo de 2019

68. El dinero


Tengo la fortuna de no saber de economía más allá de la doméstica virtud de extender los centavos ante la incertidumbre de los días que transcurren. Pero sé que el dinero existe porque hay un sistema que impide ser comunidades autosustentables. Vivir al margen del dinero es un poco volver a un estado primitivo.

         Uno puede trabajar más de 30 años para jubilarse y morir al día siguiente, pagar eternos créditos por objetos y posesiones que no llegamos a disfrutar del todo, angustiarse porque cada día podría subir o bajar el precio de los alimentos y vivir a la expectativa del desarrollo mientras se tenga la liquidez para solventarlo.
         Una vida simple se resumiría en trabajar y producir lo que cada uno necesita para vivir. Pero el mundo moderno genera nuevas necesidades que hay que costear e incluso sin necesidad hay que pagar por vivir. Ahí tenemos los impuestos, creados desde hace muchos siglos bajo diversos nombres, aunque la idea se ha mantenido con el tiempo.
         El dinero es un privilegio para quien lo posee, pero el privilegio lleva consigo una cara oculta de la que poco se habla: la esclavitud. Entre menos autosustentable, mayor dependencia del dinero y eso te obliga a participar de los sistemas económicos en torno al dinero.
         Mi pensamiento seguramente será erróneo para alguien que entienda de estos temas, por eso hablo de lo que conozco en mi entorno inmediato. He trabajado, he vivido a la sombra del dinero y he aprendido a existir más allá del dinero. Para vivir en el alcohol hay que pagar por el alcohol, así que me encuentro inmersa en esta red tan intricada de la que difícilmente podré salir.
         En este mundo, hay que pagar por morir e incluso se sigue pagando una vez muerto. El dinero es el nuevo objeto-dios al que venera la humanidad, con rituales propios justificados por una doctrina de “abundancia y bienestar”. Pues me vomito en su doctrina porque he conocido la abundancia y el bienestar más allá del dinero.
         Hace mucho que empeñé mi vida y no fue por dinero: buscaba una experiencia que me hiciera ver por qué estoy viva, a pesar de mí. Y aquí estoy, en el infierno de haber sobrevivido tantas veces, con esa sensación de culpa por ser sobreviviente al buscar la muerte en un mundo que evita la muerte.
         Tengo el dinero suficiente (¿cuánto es “suficiente”?) para la existencia mientras haya un poco de vida en este cuerpo. Unos le llaman diversión, otros trabajo. Hablar de mí con desconocidos en la mesa de un bar tiene su precio: yo obtengo dinero; ellos, un motivo para renunciar a la existencia.
         Seamos felices, lo que llaman “ser feliz”, mientras no haya impuesto por la sonrisa.

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