27 de marzo de 2019

86. El sacrificio


Muchos rituales de las diferentes cosmovisiones que ha habido en la historia han incluido entre sus prácticas algún sacrificio en una especie de ofrenda cuyo significado puede diferir según las circunstancias en las que se realice. En todo caso, se trata de un acto de entrega para obtener algo a cambio.

         Me viene a la mente un ejemplo clásico de sacrificio en la tradición judeocristiana (que ya de por sí incluye numerosos ejemplos de sacrificios): las ofrendas de Caín y Abel. Uno pastor, el otro agricultor, cada uno ofrece a Dios una ofrenda-sacrificio producto de su trabajo. Mientras uno entrega un cordero, el otro entrega los frutos del campo y, sin embargo, ese Dios acepta la violencia del sacrificio animal.
         Culturas antiguas se valían de juegos sanguinarios para ofrendar a sus dioses sacrificios humanos en medio de una diversión profana. El circo romano es un ejemplo, también los juegos de los pueblos mesoamericanos. Contextos donde el sacrificio implicaba muerte.
         Historias de este tipo abundan, como aquella donde el guerrero se entregó a las llamas para separar al sol de la luna (y un hermoso conejo blanco también en ofrenda que quedó plasmado en la silueta de la luna) o aquellos guerreros que, al ganar un juego de pelota, ofrendaban su vida a alguno de los dioses en adoración (recuérdese el uso del pedernal).
         Siglos más tarde, el sacrificio pasó a convertirse en la privación del instinto y la alteración de las pulsiones de la naturaleza. Claustros y monasterios cuyos miembros ofrecían en sacrificio sus votos de castidad, de abstinencia, de ayuno, de libertad. El suplicio del cuerpo en ofrenda por la esperanza en una trascendencia del espíritu.
         Y pasarían muchos años más para descubrir que la mente también jugaba a la manipulación valiéndose del sacrificio. Familias que viven en la pobreza porque sacrifican cualquier “lujo” para destinarlo a las necesidades básicas; las hijas menores que sacrifican su libertad de elegir por entregarse (de manera obligada) al cuidado de sus padres; la madre que dice ofrecer su vida en sacrificio por el bienestar de sus hijos y se vale de este recurso para el chantaje.
         Puede haber muchos ejemplos más, algunos aplicados a mi propia historia y otros completamente ajenos. Yo he sacrificado mi cordura por renunciar a la vida y la existencia. Esto que me habita es lo único que tengo, pero a ningún dios y a ninguna persona puede llegar a interesarle esto que tengo para ofrecer.
         ¿Qué harían con mis silencios, con mis lágrimas en la almohada, con el eco de mis venas y el vacío de la mirada? Sacrifico mis palabras por el silencio de mi nombre. Cuando suceda lo que ha de suceder, no importará la ofrenda.

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