9 de marzo de 2019

67. El instante


Cierto es que el tiempo es relativo y se ajusta a nuestra percepción bajo determinadas circunstancias. Un día parece esfumarse en unos minutos cuando estamos sometidos a un ritmo acelerado, mientras que la inactividad nos puede hacer creer que una hora se prolonga la mitad del día en un tedio insufrible. Bajo esa lógica sería imposible establecer cuánto dura un instante y, sin embargo, sabemos reconocer un instante cuando se manifiesta.

         En el entramado de la vida, un instante correspondería a las puntadas de fantasía que decoran el tejido. Así tenemos algunos entramados planos o con puntos sueltos, otros con decorados sutiles, unos más con complejas puntadas de fantasía y muy pocos que parecerían encaje. La fuerza con la que unimos los puntos también es determinante para fijar esos instantes el tiempo suficiente para que perduren en la memoria o se pierdan con el paso del tiempo.
         Cuando transitas, como yo, por selvas, desiertos, túneles, pozos y abismos, el tiempo se hace eterno y los instantes se manifiestan de forma tan aislada, esporádica, que incluso piensas que se trata de un mito. Pero los llegas a vivir, incluso cuando solo experimentes un instante en toda tu vida.
         El instante es tiempo, pero también es otras cosas más allá del tiempo. Es un lapso que involucra hechos, emociones o sensaciones, o una mezcla de esos elementos que merece ser recordado, que ocupa un lugar en nuestra memoria porque trasciende lo ordinario de la cotidianidad.
         Cuando pensamos en el pasado evocamos instantes, no una sucesión cronológica de hechos. Quienes padecen Alzheimer pierden poco a poco esos instantes porque su memoria se ha fracturado y entre las grietas se filtran aquellas cosas que alguna vez dejaron huella y hoy son indicios que carecen de significado.
         Mi vida es una urdimbre de puntos sueltos aquí y allá, una madeja mal hecha, como con desgana, que a diario ahogo en alcohol para prenderle fuego y consumir los instantes que han formado mi memoria. Y, sin embargo, las memorias permanecen en forma de cenizas que se acumulan en este recipiente llamado cuerpo.
         Puedo evocar esos instantes a partir de las cenizas, pero no es “el instante”, sino su espectro, una memoria distorsionada que sobrevivió al olvido y se convirtió en monstruo. Este rostro que se mira en el espejo es un rostro curtido por instantes a los que he prendido fuego. Sobreviviente, sí, y también el peso de haber sobrevivido.
         No me arrepiento. Fue una elección, así como he elegido renunciar a la voluntad de vivir y la voluntad de existir, porque no puedo conectar con mi entorno. Busco el silencio porque así puedo escuchar mi nombre antes de que desaparezca sobre el agua.

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