26 de marzo de 2019

85. El refugio


Pienso en una imagen que acaparó las portadas de numerosos medios de comunicación internacionales hace un par de años al hablar de la migración y las condiciones que viven aquellos que buscan refugio en otro lugar, huyendo de una circunstancia que les es adversa.

         En última instancia, ser refugiado es una condición: se huye de algo y se busca protección. Lograrla está sujeta a diversos factores, principalmente a la normatividad del espacio físico donde se busca el refugio, pues el país receptor en sus leyes rara vez considera las circunstancias de quien solicita la protección y termina clasificando a estos como migrantes.
         La imagen de la que hablo no tenía rostro. Se trataba de un menor de escasos tres años que murió ahogado en alguna costa, huyendo junto a otros miles de las circunstancias que vivían en sus lugares de origen. Era un pequeño cuerpo con pantalones azules y una playera roja, boca abajo sobre la playa, la piel azul, quizá con los labios morados aunque nunca lo sabremos.
         La situación se tornó tan absurda que fue como pensar en gente tratando de escapar de un incendio y en la puerta de salida fueran detenidos por otras personas que levantaran un cuestionario para saber si eran aptos para ser rescatados del fuego. A veces las leyes carecen de humanidad y, sin embargo, la gente sigue muriendo por esa falta de empatía y sensibilidad.
         Hay otro tipo de refugios para otras circunstancias. Cuando enfrentamos situaciones adversas emocionalmente, apelamos al instinto de forma inconsciente para buscar una barrera que nos proteja de aquello que nos está afectando. En la naturaleza hay animales que se valen de este tipo de protecciones para seguir viviendo: pulpos, peces globo, armadillos, erizos, avestruces...
         Se llega a una zona aparentemente segura donde podemos curar las heridas más visibles para continuar el trayecto en nuestra vida y, en ese andar, seguir curando las heridas menos visibles, aunque no por eso menos graves.
         Se trata de un refugio de sanación, de protección, de sobrevivencia, porque hay algo que amenaza nuestra existencia, la estabilidad física, emocional y espiritual que nos permita continuar en la senda de la vida.
         Estas heridas físicas que en mi cuerpo se han manifestado en forma de cicatrices, por dentro aún siguen abiertas. Tal vez algún día cuente la historia de cada una y, sin embargo, el mismo refugio para cada una me ha permitido continuar en esta no-existencia que me dé tiempo de asimilar un porqué.
         Mi refugio huele a alcohol en distintas presentaciones y sabores. Me permite evadirme de la realidad y el entorno que me son hostiles, encerrar mi mente, mi cuerpo, mi corazón, mi espíritu y ahogar estas experiencias negativas para prenderles fuego. Es mi proceso de sanación.

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