5 de febrero de 2019

36. La llave


Si algo nos ha dejado la historia de las cosas íntimas es el artilugio para mantener la privacidad al interior de los hogares: la cerradura, un espacio femenino que permite al vouyerista mirar a través de los umbrales. Pero la experiencia de observar dista en muchos aspectos cuando se tiene la posibilidad de acceder. Ahí radica la importancia de la llave.

         En un mundo imaginario como el País de las Maravillas, la joven Alicia tuvo que cruzar numerosas puertas para llegar a su destino, puertas cuyas llaves son alegoría del aprendizaje, de la madurez y la experiencia adulta. El relato no dista mucho de lo que ocurre en nuestra vida cotidiana.
         Al venir al mundo, llegué con un manojo de llaves, todas a cual más de distintas y variadas, sin etiquetas que me indicaran con qué puerta correspondían. Con el tiempo, con el efectivo método de prueba y error fui descubriendo la aplicación de cada una, en ocasiones para las puertas que surgían en mi camino y otras más para los umbrales de vidas ajenas.
         Pero sucede que a veces uno extravía las llaves sin recordar dónde y en qué momento. Así perdí una llave diminuta que me ha tenido en la congoja todos estos años, encerrada en mi dolor, mi amargura y mi resentimiento, custodiada la puerta por la locura. Y tengo la certeza de que esa llave estaba en mi manojo porque era muy similar a la llave que abría el corazón de mi amor en aquel bar.
         Le miré por mucho tiempo, muchas noches, desde mi mesa recluida entre las sombras. Le vi como me veo ahora y desde entonces, con la mirada perdida en algún punto, en silencio, el alcohol ahogando los recuerdos que navegaban entre las venas. Triste caudal que llega a ser la vida cuando no aspiras a vivir.
         Pero en mis manos tenía esa llave, la que abriría un corazón como el mío, una llave que no solo permitiría entrar, sino también salir y dejar libre todo aquello que había detrás del umbral. Hoy me encuentro bajo esas circunstancias, sin esa llave que abra la puerta de mi corazón. La tuve en algún momento y también la he perdido.
         No soy alguien que tenga fe ni esperanza. No espero que alguien más encuentre esa llave y, de encontrarla, será una odisea encontrar la puerta que corresponda con esa llave. Sin embargo, no envidio a quienes han podido abrir el umbral de su corazón, con ayuda o por cuenta propia.
         Esta puerta que ha permanecido cerrada por tanto tiempo en algún momento ha de oxidar sus goznes, la madera se cubrirá de polilla y terminará por ceder. La puerta caerá con todo el peso de lo que contiene y me derramaré sobre la existencia hasta quedarme seca, hueca, vacía.
         Si alguien encontrara esa llave mucho antes de que ocurra, podría morir con la certeza de que encontré el amor o el amor me encontró a mí.

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