1 de febrero de 2019

32. La raíz


Nací, no hay duda de ello. Nací a pesar de mi voluntad porque alguien más me trajo al mundo y por mucho renegar, es una verdad que hay que asumir. Negarlo sería cerrar los ojos al entorno en el que habito, una existencia que no se explica sin los vínculos formados al cabo del tiempo, vínculos que pueden formar intrincadas ramificaciones y conducir a experiencias tan diversas como la vida lo permita.

         Me reconozco raíz independiente, que puede o no germinar para dar luz a otras raíces. Pero esto que soy en algún momento fue parte de una raíz más, una raíz añeja que derivaba a su vez de otra raíz. La humanidad entera es un entramado formado por todas estas raíces que han sobrevivido a los milenios. Encontrar la raíz original sería buscar una quimera.
         Si uno escarba en las entrañas de la tierra puede encontrar capas y capas de diversos materiales que dan cuenta de las diferentes eras por las que ha pasado nuestro mundo, capas donde es posible encontrar también diversos vestigios de raíces que, aunque muertas, dan cuenta de una vida que floreció en otro tiempo.
         Gracias a la Historia y la Antropología es posible devolver un poco del contexto y la existencia que alguna vez pertenecieron a esas raíces, pero pocos se atreven a indagar para conocer y comprender esas raíces de las que provenimos. Sumida en mis cavilaciones, me entrego a esa búsqueda que me permita entender el pasado para comprender mi existencia presente.
         Se ha dicho que “quien no conoce la historia está condenado a repetirla”. En parte es cierto. Uno vive en ciclos que se repiten bajo circunstancias diferentes en cada ocasión. Sin embargo, esta oración encierra una visión naturalista de la humanidad. Una circunstancia y un contexto pasados no tienen por qué determinar las condiciones de un futuro que se desarrolla bajo circunstancias y contextos diferentes.
         A menudo creemos que la historia familiar es una condena con la que hay que cargar, que las alegrías y las tristezas son inherentes, hereditarias, sin posibilidad para cortar de tajo. Ignoramos que hay una voluntad propia para vivir y para existir con la que moldeamos el camino a recorrer. Si la vida es destino, somos títeres de algo más.
         La voluntad es la capacidad de cortar o no los hilos que nos condenan a un juego donde no hay ganadores. La voluntad nos permite ser raíces individuales, independientes del lugar de donde provenimos, arriesgarnos a morir en la individualidad, pero también es la posibilidad de renunciar a esa independencia y permanecer como una extensión de la raíz madre.
         Mi raíz hace mucho que cortó sus vínculos. Se ahogó en alcohol y se prendió fuego ante lo insoportable de la vida. Esta raíz soy yo, un escombro que tornará al silencio.

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