14 de febrero de 2019

45. La incompletud


Justo hoy las calles se visten de parejas que exhiben sus muestras de amor con detalles consumistas que, entre más onerosas, implican un mayor grado de eso que llaman “amor”. Un día para el amor, aunque el resto del año vivamos con la sensación de ser individuos que han extraviado una pieza en la entrega de amor.

         Es 14 de febrero, un día que no me despierta mucha efusividad ni ese impulso de abrazar a todo mundo para demostrar que este corazón de alcohólica amargada aún guarda un poco de afecto. No siento repulsión por el amor.
         Ese sentimiento es de lo más hermoso que pudiera haber en la vida. Siento náuseas de su idealización y las falsas muestras de afecto que refuerzan la idea de que venimos al mundo incompletos.
         Ya lo sugerían Sócrates y Platón en el diálogo de “El Banquete”. Una idea de un amor incompleto que pasa gran parte de su vida buscando a su par, su complemento, la pieza faltante del rompecabezas. Hay incluso quien piensa que la pieza faltante es uno mismo, con esa teoría del amor propio tan chocante.
         Lo que nos enriquece son justamente las diferencias, mucho más que las afinidades. Pero vivimos con la creencia (a veces me pregunto si es imposición) de que encontrar a un “igual” llenará ese vacío que no sabemos cómo llenar. Es un vacío infundado, cuyo origen proviene de esa idea de incompletud.
         He vivido tantas cosas. En aquella mesa de aquel bar he sido testigo de tantas muestras de afecto, de sus vaivenes y altibajos, de sus silencios y palabras no dichas, que empiezo a creer que ese amor en aquella mesa de aquel bar se trataba realmente de amor.
         Mi amargura no es gratuita. Evito el contacto humano, de cualquier tipo. Me escondo, huyo de las emociones, porque cualquier indicio de emoción es el comienzo de algo que podría conducir a vínculos que difícilmente podremos cortar y, lo más grave, olvidar.
         Cada mañana me miro en el espejo y me pregunto si esta Ofelia que yo soy me representa lo suficiente o si existe la posibilidad de que esa teoría de incompletud se confirme y sea verdad que debería comenzar con la búsqueda de la pieza faltante.
         Pero en mi realidad, soy una Ofelia fragmentada, que vive en piezas y las derrama en el camino para no perder su origen, para no olvidarse de ese punto en el que la vida ocupó este cuerpo y se condenó a la finitud de la existencia.
         Sin embargo, sigo pensando que soy mujer completa hasta el último minuto, con toda la complejidad que implica una vida de renuncia y autoengaño (¿quién no vive en la mentira para somatizarse?). Quisiera pensar que existe algo más para mi camino, pero el túnel avanza y la luz se acerca y me penetra y yo sigo creyendo en mi silencio y la ternura de mi nombre.

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