25 de febrero de 2019

56. La niebla


Humedad, frío y presión atmosférica se combinan para formar, de acuerdo con las leyes de la física, grupos de nubes que cubren la superficie de la tierra e impiden una visibilidad a corta distancia. Salir de ellas implica una tarea titánica que depende del conocimiento del terreno. La vida es muy similar cuando uno se enfrenta a esos bancos de niebla.

         Cuando transitas por los caminos de la vida, la memoria juega un papel fundamental para seguir por el camino una vez que se presenta la niebla. Envuelta en una bruma de confusión, uno trata de evocar la ruta que se seguía para mantenerse en movimiento, con pasos más lentos que lo habitual, pero más seguros que si se transitara fuera del camino.
         Mi obstinación (¿en realidad es mi obstinación?) me ha llevado a perderme en numerosas ocasiones en esos bancos de niebla, especialmente cuando transito fuera del camino. Grupos de nubes que me confunden, me desorientan y me conducen con frecuencia a los abismos de la vida, ahí de donde es más complicado emerger para seguir hacia un destino.
         La dificultad al caminar fuera de la senda radica en que no existen caminos recorridos ni conocidos que puedan brindar un poco de orientación para continuar hacia el destino elegido. Incluso sin niebla, el trayecto es complicado porque la ruta no está trazada en algún mapa y uno se enfrenta a numerosas experiencias que no figuran en una guía de la vida.
         Pero la niebla tiene su razón de ser. Sin ella, la realidad, el entorno en el que existimos, no tendría los contrastes que nos ofrecen la apariencia, el artificio, el engaño y la mentira. Difícilmente seríamos conscientes de los diferentes grados de verdad (una verdad generalizada, no universal) y asumiríamos por inercia que las cosas son porque así son.
         Una vez me perdí en un banco de niebla y en mi ebriedad caí en uno de tantos abismos a los que me he enfrentado. Era una niebla diferente, como diferente ha sido este abismo en el que me encuentro y desde el cual escribo estas líneas. Esta niebla parecía quemar la esencia humana para extinguirla. Era agresiva, corrosiva, tóxica, como si tuviera voluntad y buscara exterminar la propia vida.
         Sin humanidad, deshumanizada, ¿cómo se explica la existencia? Me negué a retornar a un estado primitivo, conducida por la vida únicamente por instinto. Y me dejé caer al abismo, herida, lastimada por la niebla y la caída, y me vi atrapada en el fondo del acantilado donde solo escucho el eco de mi voz, el viento que lacera, envuelta en un mar de espinas y suficiente yerba seca para arder en una pira.
         Con el tiempo, la niebla cederá al calor del sol. Y yo seguiré en este abismo tratando de curarme las heridas.

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