13 de febrero de 2019

44. El consumismo


El mundo moderno y sus exigencias sociales a menudo (mejor dicho, con bastante frecuencia) me parecen insoportables por cierta carga de imposición sobre la circunstancia individual para encajar en una generalidad. ¿Únicos y especiales? Sí, pero solo si se tiene la solvencia económica suficiente para decirlo con una marca que reproduce identidades en serie.

         Vivimos rodeados de patrones de conducta que interiorizamos como si fuéramos esponjas que todo absorben, sin detenernos a analizar qué estamos asumiendo como propio y qué como una célula que intenta usurpar esa identidad individual.
         Es un sistema en el que se manifiestan con mayor claridad las diferencias que existen en la humanidad de acuerdo a las circunstancias particulares de cada individuo y las de carácter colectivo. Clasismo, racismo, misoginia, homofobia y una larga lista de segmentación, marginación y discriminación.
         En este mundo moderno, emblema de la defensa de los derechos humanos y la protección de las minorías, cada individuo tiene diferentes etiquetas que se deben presentar en la dinámica social, etiquetas que otorgan mayor o menor integración a grupos de privilegio que hablan desde el privilegio sobre la desigualdad.
         Pero hay fórmulas que permiten acceder a esos círculos: compra, consume, gasta, acumula, desecha. Un ciclo de satisfacción efímera que refuerza (fortalece) la segmentación de grupos.
         Hablamos de objetos que son presentados como la serpiente y la manzana del mítico pecado original, necesidades infundadas que nunca estuvieron ahí, en las necesidades básicas, primarias, y generan un malestar por no ser cubiertas como se exige en sociedad.
         Nunca he necesitado el teléfono más moderno para comunicarme. Nunca he necesitado la chaqueta vista en la última pasarela de un diseñador de nombre apenas pronunciable para vestir este cuerpo finito. Nunca he necesitado la aspiradora alemana más potente del mercado para barrer los escombros de mi corazón.
         Cierto es que el dinero puede ser condicionante para satisfacer algunas de las necesidades básicas, como la alimentación, el sueño, la salud del organismo y un refugio dónde resguardarse del clima. Maslow ya hablaba de esta especie de pirámide de necesidades básicas, en cuya base tampoco figura la felicidad. Pero en este mundo moderno vivimos con una pirámide invertida, donde las necesidades más elementales pasan al último escaño.
         Lo mismo pasa con las relaciones sociales y el consumismo. Acumulamos en la memoria una larga lista de nombres y rostros, con su etiqueta de vida, para después desecharlos uno por uno cuando han dejado de servir a nuestros propósitos.
         Olvidamos a los amigos de la infancia, a los primeros amores, a los vecinos, los conocidos, los rostros de la gente en nuestra vida cotidiana y todo ello lo cambiamos por presencias virtuales que fomentan o limitan con la interacción digital una necesidad (impuesta) de aprobación social.
         El día que tomen conciencia sobre sí mismos, ese día el mundo cambiará realmente. Yo los miro sentada en la esquina de mis ojos, bebiendo alcohol, con el impulso de arrojar gasolina sobre ese mundo y prenderle fuego. El mundo moderno me da algo más que náuseas.

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