13 de julio de 2019

191. La familia


La familia resulta un concepto desconocido para quienes, como yo, nunca han generado lazos afectivos en su vida. Es una afirmación tajante y drástica, lo reconozco, pero tanto estudio y ninguna definición de familia he podido aplicar a mi propia vida. No soy insensible (o al menos esa percepción tengo de mí misma), pero no tengo interés en la codependencia de las relaciones afectivas de ningún tipo.

         La concepción de “familia” ha variado según el periodo histórico y la cultura. En algunos casos (la mayoría) se refiere a la relación consanguínea entre los miembros de un grupo, en otros casos a la descendencia o ascendencia también por lazos sanguíneos, una acepción más está vinculada con esas relaciones afectivas que se forjan durante la vida (concepto más simbólico de la amistad, la “familia que se elige”) y otros significados más científicos relacionados con la taxonomía y la antropología social.
         La única familia que conocí fue Rebeca, una especie de madre adoptiva, sustituta, que vino a llenar el espacio dejado por mi madre cuando decidió poner fin a su existencia. Tras la guerra y nuestra separación, Rebeca se perdió en los anales de la historia y mi familia fue un silencio evocado cada noche en la soledad de las calles donde viví.
         Hoy las instituciones de conteo demográfico en muchos países reconocen más de 11 tipos de familias de acuerdo a cómo están integradas y los miembros que conviven en ella, modelos de familia que se separan de la figura tradicional de madre, padre e hijos impuesta desde ciertos grupos pronatalistas que se oponen al reconocimiento de los demás tipos de familias.
         Esta oposición se ha radicalizado en la última década, en medio de un ríspido debate (guerra, me atrevería a decir) por la defensa y reconocimiento de la figura legal de “familia” para otros modelos de este concepto tomado en cuenta por esas instituciones a las que he hecho referencia, pero sin estar plasmadas en lo jurídico (y, por extensión, sin ser tomadas en cuenta para la garantía de derechos que se derivan del reconocimiento de esta figura para otros modelos de familia).
         Hay tanta toxicidad en las relaciones que concebimos como “familiares” que difícilmente podré adaptarme a ellas y a todo lo que implican. He vivido a pesar de mí, alejada de cualquier vínculo que implique esa “familiaridad”. Respeto mi voluntad de negarme a la vida y la existencia y mi único deseo con esta negación es morir en el silencio (y que mi nombre se extinga en ese silencio) cuando suceda lo que ha de suceder. Sin familia, esa meta es posible.

No hay comentarios:

Publicar un comentario