23 de julio de 2019

197. El tabaco


“Fumar mata”. Así rezan las diversas campañas de las instituciones de salud alrededor del mundo para reducir el consumo de tabaco. Olvidan que en estos tiempos hasta respirar mata.

         Rebeca solía fumar tabacos, no en puro como los elaboran en Sudáfrica o en Cuba, sino más bien en pequeños puros un poco más gruesos que un cigarro tradicional y casi de la misma extensión. Solía comprar unos de marca alemana (he olvidado el nombre, perdón por mi mala memoria) que tenían cierto sabor a miel de abeja y hojas de maple.
         Era asidua fumadora. Por las mañanas fumaba tres puros mientras bebía té negro al amanecer, sentada en un mullido sillón junto a la ventana de la sala de estar, las luces apagadas, únicamente la luz del amanecer que poco a poco iba iluminando la estancia.
         Durante el día buscaba alguna sombra bajo un árbol y devoraba su puro como si fuera un postre y mientras lo hacía, se abandonaba a sus pensamientos e incluso se irritaba si alguien interrumpía su momento. Quiero pensar que ese instante y la acumulación de esos instantes le dieron la materia creativa para sus numerosas publicaciones.
         Cuando supe de su muerte, ella ya tendría unos noventa y ocho años. Contrario a lo que dictan las instituciones de salud, no murió por enfisema pulmonar o algún malestar derivado de ser activa fumadora de tabaco: fue una caída en el baño, de la cual nunca se pudo recuperar.
         Con los años seguí su ejemplo y conforme han pasado los días en el calendario he cambiado de marca de cigarros, tal vez una marca diferente para cada etapa vivida. A diferencia de Rebeca, he desarrollado algunos malestares que no son producto del tabaco en sí, sino de los químicos que agregan en los campos de cultivo y que van a parar a nuestros pulmones cuando encendemos un cigarro.
         Las instituciones de salud se centran en evitar que el consumidor fume tabaco, en lugar de sancionar a las empresas que añaden químicos a los cultivos y obligarlas a cambiar sus prácticas. Finalmente cada quién se mata a su manera y hace mucho decidí que el placer de fumar nadie me lo quitará, aunque implique un deterioro más acelerado de mi organismo.
         Quizá esa sea una buena noticia para mis propósitos: acelerar el momento en el que suceda lo que ha de suceder. Cuando se odia la vida y la existencia propias, uno pierde interés en prolongarlas.

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