14 de julio de 2019

195. El cadáver


De acuerdo con la etimología grecolatina, “cadáver” proviene de la expresión “caro data vermibus”, que en castellano significa “carne dada a los gusanos”. Se trata de una palabra que se ha vuelto cada vez más frecuente en la nota roja de todos los diarios, acaparando los encabezados que no disminuyen su información sobre hechos delictivos.

         Hay perífrasis también empleadas para referirse a un cadáver, como cuerpo, restos humanos, persona muerta o fallecida, palabras que en general se aplican a contextos diferentes, aunque la nota roja peca de ignorancia y no distingue de significados y contextos.
         Me resulta curioso que muchos veganos emplean la expresión “está rico el cadáver” para cuestionar a quienes comen carne animal, principalmente res, cerdo y pollo. Si se tratara de un cadáver, no sería “carne dada a los gusanos”, sino con un propósito alimenticio para nutrir un cuerpo que sí será destinado a los gusanos (a menos que se recurra a la cremación).
         La Medicina Forense debe tener más conocimientos técnicos sobre los diferentes tipos de cadáver y sus causas de muerte. Ignoro muchos de esos tecnicismos, aunque tuve que aprender sobre anatomía y procesos de descomposición del cuerpo mientras escribía mi novela “Un cadáver”.
         No es frecuente encontrarse por la vida cadáveres un día sí y otro también. La gran ventaja que he tenido es haberme dedicado al periodismo de nota roja durante algunos años (hace ya muchas décadas de eso) y conocer de primera mano cómo son los hallazgos, qué elementos toman en cuenta los peritos para resolver un crimen, cómo se analizan los cuerpos desde la medicina forense para acceder a más pistas sobre una sospecha de homicidio.
         Recuerdo que hace unos años había una serie televisiva (¿hace cuántos años no enciendo un televisor?) llamada “Bones”, donde justamente se dedicaban a analizar restos humanos (desde cadáveres hasta huesos) para resolver crímenes. Aunque se valían de muchos tecnicismos de la medicina forense, era natural tomando en cuenta la idea de verosimilitud que se debía proyectar para hacer más creíble una ficción.
         En mi caso, cuando suceda lo que ha de suceder, ya he dejado testamento sobre cómo deseo que dispongan de mi cuerpo. Será cremado y mis cenizas deberán ser esparcidas en diferentes sitios que ya he especificado en el mismo documento, firmado y sellado por testigos y el notario público.
         No quiero que mi nombre siga haciendo eco incluso entre los gusanos. Aspiro a ser silencio más allá de mi cadáver. Que nadie cuente mi historia. Que mi cuerpo se desvanezca al infinito.

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