23 de julio de 2019

196. El mar


La brisa vespertina trae consigo el aroma a nube y sal. Es un horizonte gris, de otoño. El mar acaricia la arena con fuerza y conforme avanza a noche, se violenta. En el muelle todos han dejado sus redes, no hay barcos a la deriva. En la playa solo existe el desasosiego, la espera que no termina y se prolonga unos minutos más.

         Él no regresará, ella lo sabe. Ha devorado los días con la mirada, aguardando, silente, su retorno. Hoy camina descalza entre la madera y el salitre, con el viento que enreda sus cabellos, que juega con el vuelo de su vestido blanco. En su pecho reluce lo que una vez fue un regalo de bodas.
         Hoy es un vestigio de que el amor no le fue indiferente en vida. Con el paso de su edad y las canas enfebrecidas por el desvelo avanza al final del muelle y posa la mirada en las entrañas del mar, donde descansan los ojos que lo vieron partir.
         El crepúsculo se cierne sobre sus manos y aminora la marcha. En su trayecto destila un susurro parecido al de las olas, la voz de un corazón dispuesto a no prolongar más el reencuentro. La vida se aferra a la existencia en vano, inunda de aflicción su pecho y la congoja emerge.
         El rumor de la noche le llama al sueño, al reposo eterno, le transmite el último pensamiento de quien habita sus ojos. Con los brazos abiertos se entrega a la danza de las olas, se deja llevar a un mundo en el que su imagen ya no es evocación. En la profundidad habitarán sus restos, siempre con el deseo de encontrarse.
         Una mancha blanca se pierde entre la espuma de las olas. En el gris de la tarde todo parece frío, hasta el púrpura de la bugambilia parece más opaco. Nadie más mira ese blanco en el mar.
         En la costa se escucha el bramido del agua, el rugir de las nubes, el ocaso a punto de morir. Algo se ha perdido: unos ojos, un corazón, la espera que soltó la cuerda de la vida. Mañana será otro día. Aún queda la eternidad para vivir.

Saberme espuma,
la sal batida con la tierra,
morir como la nube
–solo un segundo de belleza–
y así quedar en la memoria:

fragilidad eterna.

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