13 de julio de 2019

192. El diario


A veces me río de quienes piensan que un diario siempre ha de empezar por la expresión “querido diario”, como si este fuera un objeto animado que nos ha de escuchar en lo que uno tiene que contar, y más risa me provoca cuando se encasilla el acto de escribir un diario como algo propio de las mujeres.

         Un diario, en general, aporta información muy valiosa para entender una circunstancia que vive una persona o grupo. Al escuchar la palabra “diario” viene a mi mente el siglo XVIII con aquellos escritos de grandes personajes que hablaban de sí mismos y de sus circunstancias que nos hicieron pensar en el diario como otro género literario, ya más desarrollado durante el siglo XIX (recuérdese la novela “Drácula”, de Bram Stoker, elaborada a partir de una estructura de diarios).
         La escritura de un diario es muy semejante a la tradición epistolar, que para el siglo XVIII ya tenía más de mil años de ser practicada en las culturas de la antigüedad (tan solo recuérdese la correspondencia militar de Roma en un periodo en el que ese imperio se extendía de Oriente a Occidente).
         Se trata de una escritura intimista, con la diferencia de que el remitente es otro “yo”, como un lector ideal que será nuestro “yo” del futuro e incluso ojos ajenos que, en caso de que esa escritura nos sobreviva, entenderán de otra manera nuestra circunstancia en el momento de escribir sobre ese diario.
         Por supuesto que hay otro tipo de diarios, como ejemplificó Mary Shelley en su “Frankenstein” al detallar en diarios de navegación los avatares de una tripulación narrados por su capitán de barco. Recuérdese también las Cartas de Indias de Cristóbal Colón para narrar el “descubrimiento” de América (y utilizo el entrecomillado porque el continente ya había sido descubierto por Occidente, solo que este hecho en particular fue el reconocimiento de un territorio que solo existía en el mito Occidental sobre qué hay más allá del horizonte).
         Durante el siglo XX se le dio mucho más valor a los diarios, especialmente durante la primera mitad de la centuria, y se privilegiaban las reflexiones en torno a la cotidianidad y el pensamiento de quienes escribían sobre dichas páginas. Así hemos podido tener testimonios de primera mano sobre grandes personajes que han trascendido a su propia muerte a través de su escritura.
         Pienso en los diarios de Virginia Woolf y sus reflexiones en torno a su vida cotidiana que nos dejan ver, al pasar de los años, cómo fue su deterioro físico y mental hasta llegar al desenlace que hoy conocemos. Y se trata de un ejemplo de los millones que existen actualmente a través de la escritura.
         Yo comencé mi primer diario hace mucho tiempo. En todos estos años he reunidos treinta y siete tomos que abarcan casi cincuenta años de experiencias vividas. Tal vez cuando intuya que sucederá lo que ha de suceder me decida a quemar mis palabras como hizo Franz Kafka y que mi legado se pierda entre las llamas y las cenizas.

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