14 de enero de 2019

14. Lo imprevisible


Ya he dicho que mi condena es ser profeta para oídos sordos, una especie de Casandra que puede ver todos los escenarios posibles y, sin embargo, tales escenarios aún conservan un punto ciego que escapan de la mejor planeación. Unos le llaman azar. Yo lo considero como lo imprevisible, las variables que no entran en los múltiples escenarios que se pueden prever.

         Aunque el mundo, este mundo al que nos trajeron a vivir, en teoría está regido por leyes matemáticas que (también en teoría) dan cuenta de un aparente orden, ni Marie Kondo puede prever la existencia del caos cuando se manifiesta sin razón aparente. En el fondo, caos y orden conviven bajo reglas que escapan a nuestro entendimiento como humanidad.
         Ese punto ciego, lo imprevisible, lo azaroso, siempre he creído que llega a nuestras vidas en los momentos en que nos encontramos concentrados en una meta, como aquel corredor que está cerca de la meta y, de pronto, algún espectador arroja algo (una botella, un objeto, algún obstáculo o distracción) para introducir ese desequilibrio necesario para mantenernos alerta a las señales de la vida.
         Curiosamente, aquellas personas en quienes la improvisación es innata viven en ese punto intermedio entre el orden y el caos que les permite mayor capacidad de reacción ante lo imprevisible, habilidad que en este mundo moderno pocos se han preocupado por cultivar. Incluso hay profesionales que se especializan en planeación y tienen grandes momentos de caos que desequilibran el orden proyectado.
         En los años que tengo de vida (bastantes, más de los que mis lectores puedan imaginar), me he enfrentado a esos profetas del orden y la planeación. Podríamos imaginar incluso un estereotipo de ese tipo de personas, pero no es la finalidad de estas líneas (aunque en realidad no sé para qué escribo estas líneas).
         Cada vez que conozco a un especialista en planeación, me río por dentro hasta ahogarme en la locura de mis pensamientos. Decía un conocido que lo planeado siempre sale mal, aunque tengo la impresión de que lo que quería decir es que las mejores cosas de la vida son aquellas que no se planean.
         Pensemos por un momento en nuestra idea de felicidad (impuesta) y los momentos de felicidad que hemos disfrutado (porque he de reconocer que he tenido momentos de felicidad, a pesar de mi negatividad y mi amargura). ¿Son momentos planeados o han sido producto del chispazo de la vida que no avisa en qué instante presionará el click de la cámara para retratar ese segundo (o partícula de segundo) en el que esa sensación nos recorre el cuerpo?
         Esos momentos escapan a cualquier planeación, a cualquier escenario previsible. Son el punto ciego de la vida y nos reserva experiencias de todo tipo. Pero habla la locura y yo me hundo en mi silencio.

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