30 de enero de 2019

30. El olvido


Más de la mitad de mi vida ha transcurrido a la sombra del alcohol. Este camino por el que he transitado (no sin pocos accidentes) está lleno de lagunas mentales que me impiden recordar los instantes en una secuencia cronológica e incluso se muestran incompletos. Sobrio o no, uno es capaz de recordar los detalles que evocan el instante, pero es incapaz de traer a la memoria el instante completo.

         A menudo valoramos más los grandes momentos que los pequeños detalles de la vida cotidiana. Al final la memoria conservará los detalles que fueron hábito, pero difícilmente preservará los instantes que salieron de su rutina, a menos que su intensidad marcara la diferencia al dejar huellas.
         Mi vida está marcada por numerosas huellas que incluso trascendieron al cuerpo en forma de cicatrices. Cada una evoca un instante en el que transitaba por alguna experiencia (por lo regular dura, difícil de asimilar en el momento). No son experiencias gratas, incluso al venir a la memoria del presente se manifiestan en los fragmentos que generan mayor dolor.
         Mi alcoholismo no es gratuito. Evito la sobriedad de la vida porque no soporto el tormento de mis recuerdos. Valoro tanto las lagunas mentales que en cada oportunidad intento ahogar un recuerdo en esos vacíos que quizá ya no se puedan recuperar. Sé que esta conducta autodestructiva también implica negarme a nuevas experiencias que pueden ser gratas y que tal vez con suerte me dejen memorias de efímera felicidad.
         Sin embargo, incluso en el lecho de muerte es difícil evocar las memorias que nos dieron esa felicidad efímera. En los últimos momentos transitamos por los recuerdos más duros, aquellos donde dejamos puntos sueltos en la vida, con el remordimiento de no haberlos afianzado con alguna puntada sobre el entramado de experiencias. Solo al final, en el último instante, emergen las memorias (contadas) que nos permitirían en teoría partir en un estado de liberación.
         No sé si en mi caso llegará esa sensación. Me he acostumbrado tanto a la pérdida de expectativas, a la pérdida en general, que presiento un final esquivo en el que nada ni nadie querrá saber de mí o de mi historia. Solo aquellas esencias que comparten este sufrimiento podrían tener la apertura para entender y dejarse marchitar como lo hago yo.
         Sé que en esta vida nada me pertenece, ni siquiera yo misma. Mi nombre no tiene ni siquiera una patente. Comparto grafías y fonemas con otras tantas personas y lo único que me distingue es mi propia identidad, tema que aún está en duda debido a la producción en masa de esta modernidad. ¿Cómo saber que mi memoria no es un patrón de ese sistema?, ¿cómo saber que estos recuerdos no son producción en serie y me somatizan para creer que soy un ente individual?

No hay comentarios:

Publicar un comentario