8 de enero de 2019

8. La profecía


Vivir también es un acto de fe cuando no existen expectativas. Es andar a ciegas, en la incertidumbre, con paso azaroso porque se desconoce el destino. No pocas personas se entregan a la vida en un acto de fe que encierra en sí misma la esperanza en algo que explique (justifique) su existencia. Expectativas. Y en el camino buscan las grandes respuestas para justificarse ante las pequeñas preguntas.

         A menudo me resulta chocante esa postura, pero soy una Casandra anunciando la caída de Troya. Mi condena es ver todos los escenarios posibles y prever lo que ocurrirá, aunque mi lógica de pensamiento es tan abyecta que muy pocos son capaces de entender y ponerse en mis zapatos no les dará mis ojos para ver las cosas desde mi perspectiva.
         La mayoría prefiere su zona de confort y no analizar su entorno porque eso implicaría un conflicto con la fe que les mantiene en vida. La existencia, bajo esas circunstancias, me parece una falsa burbuja que se niega a ver más allá, en el entorno inmediato que no entra en su burbuja. Están tan inmersos en las grandes aspiraciones que se olvidan de aprender a gatear antes de correr.
         Tantas religiones se han construido al paso de los siglos (¿milenios?) y todas parten de dar una justificación a la existencia. Es otorgar un valor de trascendencia a las pequeñas cosas del día a día, en lugar de otorgar el valor en su justa medida a esa cotidianidad. Bajo esa lógica, que me perdone el infinito por tener los días contados.
         No pretendo que alguien siga mis pasos. Este es mi credo y verdad. Seguiré siendo Casandra hablando de otros mundos que no entran en los límites del entendimiento ajeno. Se ha dicho que cada cabeza es un mundo. Mi cabeza es un hoyo negro, pero nadie experimenta en cabeza ajena.
         El don de la profecía no es más que advertir las señales del día a día para prever cada paso. Fútil será pensar que la profecía se trata de las grandes respuestas a las pequeñas preguntas. En tal caso, “que me perdone el árbol por la pata de la mesa”, como escribía Wislawa Szymborska.
         La vida es la existencia voluntaria, un tejido artesanal olvidado en los pliegues de una tela producida en masa. Es la incongruencia de pensar en la individualidad cuando esta se perdió en esa producción en serie que ha caracterizado a la modernidad.
         El éxito de nuestra realidad es la ficción de una individualidad cuando subyace una verdad aterradora: la pérdida de la personalidad. No, la gente (ya) no es “única y especial”. La felicidad no está en la producción en masa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario