31 de enero de 2019

31. La soledad


El mundo moderno casi ha vuelto regla la necesidad de las relaciones codependientes. A la mayoría le resulta difícil vivir por sí y para sí. Estar consigo mismo es tan terrible como verse en el espejo tal cual uno es, pero la soledad no es tan mala después de todo. Te permite escuchar lo que tienes qué decir sobre ti.

         Hay quien piensa que la soledad es un estado de autocompasión, una condena para quien nunca encontró su “otra mitad”. Si lo analizamos bien, se reproduce este esquema de relaciones codependientes al creer que uno es esencia incompleta que requiere de alguien / algo más. El escenario cambia cuando comenzamos a creer que somos esencia completa, con voluntad y existencia propias que no requiere de alguien / algo más para vivir.
         Hasta este punto mis lectores se habrán formado una idea de mí como una Ofelia que huye de las relaciones sociales para buscar su soledad. En parte es cierto. La soledad me permite estar con mis pensamientos y mi locura, con la posibilidad de escuchar mi propia voz. Pero existe otra parte de mí que ha formado vínculos con el mundo a través de las personas.
         Hay sentimientos que no podría entender si no es en la interacción con la sociedad. Puedo experimentar la felicidad sin necesidad de estos vínculos sociales, pero hay otros sentimiento o emociones que requieren un factor externo, como el amor, la ira, la lujuria, los celos, el rencor.
         Esta esencia que me configura también es mutable y reacciona según la interacción con otras esencias. Hay quienes despiertan afinidad y otros más nos generan repulsión. Pero es en la soledad que podemos analizar estos vínculos, estas reacciones que nos generan los demás, porque tomamos distancia y tenemos un escenario distinto para estudiar cada caso.
         Uno aspiraría a guardar relación únicamente con quienes nos despiertan afinidad o simpatía, pero la sociedad es tan compleja que no es posible evitar ese otro tipo de relaciones que nos generan malestar o repulsión.
         Por eso mis relaciones son tan básicas, tan primitivas, limitadas a un vínculo que despierte emociones o sentimientos primarios de los cuales derivan los demás en una gama muy extensa y compleja, llena de matices que podemos experimentar o no mientras estemos con vida.
         He podido tejer una urdimbre artesanal a través de mis vínculos con otras personas. Hay puntos sueltos y otros más que son producto de la fantasía y crean bellos entramados que decoran una vida. Pero yo tejo esa urdimbre. Yo decido qué puntada es digna de ser plasmada en el telar de mi vida.
         La soledad es el reverso del tejido, una perspectiva que me permite analizar cada puntada en esto que he llamado vida. Mi condena es como la maldición de Penélope: hacer y deshacer un tejido el tiempo necesario para prolongar un deseo. En mi caso, deseo prolongar la existencia el tiempo suficiente para encontrar una respuesta a esta vida.

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