Oculta en los escombros de la boca, esta Quimera Falconiforme ha decidido salir de su claustro nuevamente. Toda una vida puede transcurrir en un instante, que puede ser más o menos real que la evocación de un pasado irrecuperable, posible o inexistente. Excéntrica, molesta, irritable, depresiva, anoréxica, hilarante y reservada: esa es la Quimera que conozco, el monstruo en el espejo. Ahí habitan mis temores, ansiedades, frustraciones y sueños. ¿Qué es lo importante de los otros?, ¿qué debemos rescatar del tiempo?
La felicidad es este instante, el teclado con letras borrosas, la tarde sofocante en espera de la lluvia del verano que termina, Elan en el reproductor de música, el ruido del camión (seguramente la Ruta 14, ésa de un color ocre espantoso). La felicidad también fue un instante de octubre o una tarde de abril, el paseo en trenecito para evocar tiempos de infancia, un helado derritiéndose en el pavimento o la ventanilla de un avión con un paisaje semidesértico.
Cada mañana augura una sonrisa y también horas de sueño y reflexión. Hay insomnio en una casa de paredes amarillas que ocultan un lila terrible. Hoy soy más feliz que ayer, pero menos real que mañana o el segundo previo. Soy una identidad que cambia a cada momento, porque en cada latido hay una pregunta que nunca llega a formularse. Hay tanto que quiero decir. La palabra no basta. Pronto habrá una explosión queer transformada en las alas de la mariposa.
Las horas fortuitas está a punto de salir a las calles para exhibir una historia conservada en los carámbanos de mi boca. Agradezco la dedicatoria. Al menos mi otro se acuerda de mi yo. Así pruebo que existo/existe/existimos. Y sin embargo, aún me pregunto: ¿dónde quedo?
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