Decir que no se está bien debería ser tan fácil como
tramitar la licencia de manejo, pero la verdad es que la felicidad está
sobrevalorada y en este mundo de “individualidades” no hay mucho de dónde
escoger para confesarte. Uno termina por tragarse los sentimientos negativos y
dejar que crezcan en el terreno fértil que representa la anorexia.
Una recaída es algo cotidiano cuando no tienes un
tratamiento adecuado y menos cuando el círculo cercano se empeña en el instinto
de alimentarse cuando el verdadero problema va más allá de un ayuno. La
anorexia es solo un síntoma de algo más grave que yace ahí, frente a los ojos,
pero pocos se atreven a nadar en aguas desconocidas.
Reducir el cuadro clínico a un trastorno de conducta
alimenticia es tan cómodo que decepciona esa falta de voluntad de los
profesionales de la salud (física y mental) por analizar con detenimiento qué
implica la anorexia, específicamente en el caso de los hombres que vivimos con
esta enfermedad.
Al hablar no es que uno intente hacerle el camino más
fácil a estos profesionales de la salud. Es un llamado de atención sobre un
tema del que huyen porque implica salir de una zona de confort. Y mientras se
nieguen a indagar, muchos seguirán perdiendo la vida (y la esperanza) en
búsqueda de un tratamiento que les dé estabilidad.
“Los hijos de Ana” es un proyecto que intenta poner
sobre la mesa el tema de la anorexia masculina y sus distintas implicaciones.
Son testimonios reunidos en la última década, duros de procesar y aún más
difíciles de asimilar, que quizás en la lectura no generen la misma impotencia
que me generaron a mí, que no pude ayudarles. Son voces que perdieron en su
batalla por vivir.
Uno de los efectos colaterales de escribir con el
método que utilizo es que interiorizas la experiencia que narras y es muy
complicado salir de ella. Teatral, quizá. Pero nadie ha comprendido este
proceso tan complicado de entrar y salir del personaje. Aquí dentro aún habitan
esas voces que no tuvieron interlocutor. A través de mí se dejan oír, con la
esperanza de que “Los hijos de Ana” no sea solo un eco.
Hoy me enfrento a una recaída, ignoro qué tan grave,
aunque en cada ocasión se vuelve más difícil levantarse. Resulta aún más
complicado cuando el verdadero origen de la anorexia masculina en el caso de
cada persona se ve envuelto en muchos otros conflictos que ocultan la ruta de
la recuperación.
Aquí dentro es un laberinto de voces que confunden,
que se esfuman y aparecen de forma intermitente, como pequeñas luces que guían
por un camino del que desconocemos el destino. Sin una mano que nos oriente, ¿a
dónde más caminar? Tal vez andamos errantes hacia un abismo cada vez más grave.
Tal vez andamos por un sendero que nos lleva hacia la no existencia, la locura,
la falta de voluntad para vivir. Tal vez, solo tal vez, el camino vuelve sobre
sí mismo para enfatizar en algo que se presenta invisible ante nuestros ojos.
¿Cómo saberlo? Caminamos en soledad por pasajes
desconocidos en los que no hay rastro de un saber clínico. Dejamos huellas que
nadie más ha de seguir. Llamamos por ayuda con una voz cada vez más sorda y
nadie acude a ese llamado. Confundidos, nos perdemos en esta aventura llamada
vida.
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