15 de diciembre de 2019

335. La edad

Dios no me dio gracia,
ni belleza
         ni cartera con un cheque en blanco.


Un poco tosca, sí;
rebelde,
         sonrisa de mazorca
         -de grano el diente,
         no de perla-
belleza rara, quizá,
extraña anatomía
donde no tiene espacio mi silencio.

En un mundo de formas
soy esencia,
         evocación física,
         la silueta dibujada,
         el esbozo de lo no nombrado.

Aquí dentro se extingue la palabra,
el dicho no dicho,
         el verbo que ha encallado infinitivo,
más abismo que gerundio esclavizado.

Pero sonrisa,
coral o perla,
completa dentadura
para decirme “viva” al despertar,
los ojos noche vueltos a la escoria
de saberme un segundo en la existencia.

He ahí el espejo de alabastro,
la dura testa,
el pellejo minusválido en mis ansias.

Cabello cano,
voluminoso,
que perfila dimensiones falsas.

Un rostro ajeno,
         de fantasía,
minado por la boca de centeno.

Mis manos de alabanza,
las curvas de herejía,
los ojos de una perra hambrienta,
la boca más amarga del milenio,
sola,
eternamente sola con mis sueños.

Porque al final de todo
seremos “yo” y mi silencio.

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