19 de diciembre de 2019

351. La vía

He vivido en diferentes ciudades y en cada una existe un detalle al menos que se queda grabado en mi memoria, aunque pocas han trascendido a través de un mismo elemento: el tren.

         He dicho que por mucho madrugar uno vive demasiado y en mi caso que suelo despertar y comenzar mi día mucho antes del alba, los primeros momentos de cada día los he vivido sentada frente a un escritorio con una taza de café, en ese silencio que solo se ve interrumpido por el pasar del tren (en otras ciudades sería el sonido de las ambulancias o patrullas), nunca cerca, sino a la distancia, como el remanente.
         La impresión ha quedado más vívida en mi memoria por el hecho de conocer a la luz del día las vías por donde han de pasar esos trenes y en su ausencia, veo un trayecto recto o sinuoso, con vigas simétricas a cada tanto y la grava para amortiguar el impacto de los metales.
         Las vías del tren son paso recurrente de migrantes que van y vienen sin un destino fijo. Aguardan el pasar del gran monstruo de metal con la esperanza de abordarlo para cambiar de destino. Y en esas vías se dejan la vida, con detalles de su paso que los demás, los que vivimos ajenos a su historia, con frecuencia ni siquiera podemos imaginar.
         Actualmente vivo en una ciudad marcada por la migración. Expulsora. Receptora. Ciudad de paso para quienes buscar llegar a la frontera norte en busca de un sueño que hace mucho ya no existe, pero pervive en el imaginario del resto del continente. En mis andanzas por esa vía he visto esos detalles que deja la migración a su paso, los objetos olvidados, perdidos, tal vez jamás recuperados, llenos de suciedad, polvo y recuerdos que se oxidan.
         En esas vías varios trenes han perdido el equilibrio y se han volcado, siendo la noticia principal en los diarios locales. En esas vías varios han perdido la vida: por suicidio, por error, por accidente, por homicidio. En esas vías varios animales han sido sacrificados de forma sanguinaria (crímenes de lesa humanidad). En esas vías también hay crímenes que no se han contado a la luz.
         Hace muchos años lloré con una película cuyo final me recordó a mí misma las veces que he pensado en mi final: un tren en marcha, un accidente, cadáveres al paso y una larga toma que va acelerando su ritmo hasta encontrarse con mi cuerpo tendido sobre la vía en medio de los escombros y la gran máquina de acero volcada sobre la grava. Me aterra la imagen.

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