19 de diciembre de 2019

352. La redención

A veces uno tiene la sensación de estar encadenado como en los tiempos de la esclavitud, no por una cuestión social o cultural, sino más bien por circunstancias que ocurren en la vida en las que uno siente que algo está mal, que algo hizo mal y que debe purgar una culpa para conseguir el perdón.

         El remordimiento, la culpa, la búsqueda del perdón varían en su intensidad según cada persona. En algunos casos puede conducir a la locura, a la depresión, al suicidio, a la pérdida de sí mismo, a la ausencia y otras formas de tortura mental y espiritual que simbolizan esa búsqueda de redención.
         Lo curioso es que este sentimiento es más intenso, más duradero quizá, cuando se trata de algo que involucra a una segunda persona y carcome esa aparente o impuesta necesidad de conseguir el perdón del “otro” por ese algo malo que hemos provocado. ¿Por qué torturarse?
         Siento que con frecuencia abrimos demasiado la puerta a los “otros”, a tal grado que les permitimos la libertad de hacer y deshacer sobre nuestras vidas a partir de su sistema de creencias y códigos sociales, a pesar de no coincidir o no estar de acuerdo con todo ello.
         ¿Permitir que alguien más intervenga sobre las decisiones en torno a mi vida y mi existencia? Ni siquiera yo me lo permito porque me he negado a la vida y la existencia, pero heme aquí, sola, en medio de mi locura, una aparente cordura que escribe estas líneas para seguir abriendo la puerta al “otro” y ayudarle no solo a interpretarme, sino a dominarme y juzgarme a partir de sus propios prejuicios y sistemas de creencias.
         ¿Soy contradictoria? En gran parte. Pero a estas alturas qué más da. A nadie debo rendir cuentas. Si digo, pienso o hago algo que no parezca al “otro”, ¿por qué he de buscar el perdón ante la ofensa? La franqueza no debe buscar la redención. Es el “otro” ofendido quien debería analizar por qué le afecta un hecho de franqueza.
         Pero si se trata de buscar el perdón, que me perdone la vida por renunciar a ella. Que me perdone la existencia por la flaqueza. Que esta sombra mía cargada a cuestas me perdone por las veces que huí de ella encerrándome en mi silencio. Pero buscar la redención a los ojos de los “otros”, jamás. Su condena me es intrascendente.

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