31 de diciembre de 2019

365. El fin

Vientos de cambio se avecinan y aunque Homero haya escrito “cambian su cielo, pero no su alma quienes cruzan el océano” hace ya más de veinticinco siglos, aquí espero, sentada en mi sonrisa, tejiendo una manta de añoranza, tan larga como el tiempo lo ha permitido hasta llegar a este día: el fin, el punto de remate, el cierre.

         Hace trescientos sesenta y cinco días comencé con esta idea de escribir una cuartilla diaria sobre mí, sobre esta Ofelia que ha sido nacida, condenada a vivir y existir a pesar de sí, sin más propósito que dar sentido a esta urdimbre en mi cabeza. Por momentos me ha permitido respirar, tomar distancia de mis pensamientos, mirar las cosas en perspectiva para luego remontar el vuelo hacia el abismo.
         En estas páginas he narrado más de setenta calendarios y sus lunas respectivas, y todo lo contenido en cada uno de esos días, veintisiete mil setecientos cuarenta días para ser exacta (hoy se agrega uno más), un lapso que ha podido ser breve o demasiado prolongado, según las circunstancias vividas. No era el mismo tiempo en periodo de guerra que en el hastío de la nada en esta época moderna.
         A veces uno piensa que es el fin cuando sucede lo que ha de suceder, y cuando sucede resulta que todo fin es un principio que no llega a terminar, porque la vida y la existencia suelen ser una condena que se repite a sí misma hasta que uno sale de ese círculo para mirar las cosas como son, en sus diferentes realidades, dimensiones, circunstancias y contextos.
         No sé qué habrá “más allá”. No sé si creo en un “más allá”. No es verdad que cada vida sea un libro en blanco, abierto a la primera letra desde el momento de nacer. La vida es un libro cuya trama ya ha sido escrita. En la mayoría de los casos uno elige entre leer o reescribir. En mi caso, elegí dejar cerrar el libro e ignorar su contenido, porque bastó la primera palabra para huir de mí.
         Cuando suceda lo que ha de suceder, cuando suceda, mi propio nombre se volverá silencio, esa primera palabra en el libro de mi vida y cuyo desenlace nunca tuve el valor de leer ni reescribir. Hoy que no queda más camino me atrevo a sonreír porque a pesar de mí, de esta renuncia a la vida y la existencia, ese silencio está cada vez más cerca anunciando el fin.
         Que todo pasa, permanece, cambia, muta y se transforma de acuerdo a nuestra circunstancia. Aquí dejo testimonio de mí, de la Ofelia con labios de verano y corazón de invierno, la Ofelia que fue abrigada en su locura porque fue más cálida en setenta calendarios que la frialdad del mundo en el que existo. A mí muerte seré la suma de las muertes. Se acabará mi rostro, escaparé de esta sombra mía, porque al final de todo mi propio nombre se volverá silencio.

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