20 de diciembre de 2019

354. El naufragio

En la vida nada tenemos seguro excepto la muerte, una verdad de perogrullo que olvidamos en nuestro día a día porque constantemente pensamos en planes a futuro (debería hablar en tercera persona, lo sé). Uno nunca esperaría que en este viaje, el barco en el que navegamos llegue a naufragar, pero la posibilidad es latente a cada instante.

         Decía Homero hace ya más de dos mil años que “cambian su cielo pero no su alma quienes cruzan el océano”, pero en el fondo cambian porque el mar no es una superficie apacible un día sí y otro también. A veces nos enfrentamos a tormentas (por factores externos o circunstancias propias) que nos hacen pensar en ese barco que es la vida y que amenaza con naufragar en cualquier momento.
         Curiosa forma de interpretar las crisis de una vida. En un naufragio, el sobreviviente se aferra a la esperanza de ser rescatado del mar, ese monstruo de agua en cuyo interior se esconden los temores más profundos que nos llaman a ahogarnos en esa desesperanza.
         ¿Quién era el capitán? Uno mismo. ¿Quién era la tripulación? Uno mismo. Así que en gran parte el naufragio es consecuencia de circunstancias propias: por decisión, por voluntad, por destino, por omisión. Y la parte restante se debe a factores externos que pudimos o no evitar, pero que motivaron el naufragio aprovechando nuestra propia circunstancia.
         ¿A qué podemos aferrarnos más allá de la esperanza de ser rescatados? ¿Sería debilidad mantener la esperanza de salvación a manos de un “otro”? ¿Tendremos la fuerza suficiente (y la habilidad) para nadar hasta encontrar un “lugar seguro”? La vida te curte de muchas formas, pero ninguna es agradable.
         En más de setenta calendarios y sus lunas respectivas he vivido en un naufragio constante, uno tras otro, sin aferrarme a la esperanza de salvación porque, ya lo he dicho muchas veces, he renunciado a la vida y la existencia y me muevo por inercia.
         Tal vez he vivido más de lo que he podido soportar. Tal vez me he salvado por destino, porque en cierto sistema de creencias una fuerza superior tiene un plan distinto para mí. La verdad es que aquí dentro, en mi mente y en mi corazón, yo misma habito mi naufragio y me abandono al mar de incertidumbre por si acaso el destino me permite liberarme de “esto”.

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