23 de diciembre de 2019

356. La cuenta

Todo es risa y diversión hasta que llega el mesero con la cuenta y es momento de pagar por los instantes derramados en la mesa, ¿o pagamos por los alimentos y bebidas consumidos? Soy un poco torpe en esas cosas de la vida mundana.

         Mucha habrán sido las cuentas que habré pagado en mis más de setenta calendarios y sus lunas respectivas, un golpe al bolsillo, puede ser, pero ¿he pagado por los instantes o los alimentos consumidos en todas esas mesas en las que he estado?
         Sola o acompañada, qué más da. Uno paga las cuentas y se permite el lujo de agregar una segunda o tercera ronda mientras haya billetes suficientes en el monedero. Incluso si el dinero fuera limitado, la vida te cobra factura por las cosas vividas y las no vividas.
         En esta larga cuenta llamada “vida” los conceptos de consumo se van acumulando con los años y uno vive momentos de soledad y compañía, de alegrías y tristezas, de desencuentros y agradables sorpresas, de desengaños y verdades gratas. Uno vive lo que puede soportar.
         Cierto es que en la cotidianidad ya es usual dividir las cuentas del consumo y que cada uno se haga responsable de su propia cuenta. Antes de esa práctica, ¿quién tenía mano para pagar?, ¿hasta dónde era un consumo impuesto y uno voluntario?, ¿hasta dónde la modernidad nos ha traído mayor responsabilidad?
         Desde siempre he procurado pagar mis propias cuentas. Solitaria la mayor parte del tiempo, gusto del tiempo que paso conmigo misma y disfruto de salir a la calle y pedir mesa para uno. ¿Por qué depender de alguien más para vivir la vida propia? Más cuando se renuncia a la propia vida, a la existencia, y uno decide en qué invertir o desperdiciar el tiempo en este mundo.
         Finalmente uno paga sus propias cuentas, cuando suceda lo que ha de suceder, cuando suceda, porque el destino solo acepta una moneda de cambio por cada vida y esa moneda fue traída a este mundo desde el primer momento en el que latió nuestra primera célula.
         Si uno pagará esa gran cuenta llamada “vida”, ¿qué más da el consumo? Démonos el gusto de probar todo lo que ofrece el menú, sea agradable o no, porque solo probando se llega a saber. Bien decía William Blake cuando escribía que “el sendero del exceso conduce al palacio del saber”. Paguemos, pues, la cuenta por haber vivido (o dejado de vivir).

No hay comentarios:

Publicar un comentario