De vuelta a las andadas, parece que el mundo
cambia cada vez que me decido a salir de mi caverna informática y rutinaria.
¿Qué le ha pasado a la gente que se ha vuelto tan radicalmente individualista?
Ya no hay contrastes como hace unos años (meses, me atrevería a decir), donde
uno podía observar una gran variedad de personalidades confundiéndose en las
calles. No. Todo ha llegado a un punto en que la gente se divide entre lo
mainstream y lo hipster.
Sin embargo, llama mi atención lo segundo. ¿Cómo
definir lo hipster? Muchos dirán: “lo opuesto al mainstream”. Claro, pero eso
no ayuda mucho. En lo personal, me inclino a pensar que los hipsters son una
nueva versión de los estetas de finales del siglo XIX: jóvenes intelectuales
caracterizados por poses dramáticas, destellos de cinismo “filosófico”,
indumentaria desenfadada (pero en el fondo estudiada a conciencia), en una
mezcla de seriedad e irreverencia al mismo tiempo.
¿Cómo llegué a tal vínculo? La respuesta es
fácil: Oscar Wilde, el gran esteta de un siglo en decadencia. Tal vez esa
palabra (“decadencia”) ayude a entender un poco más este fenómeno, si podemos
llamarlo así. Wilde se desenvolvió en un círculo de jóvenes con aspiraciones a “reformar”
el mundo en el que vivían, una sociedad victoriana que limitaba a ese gremio.
Pensemos en su estrategia: en lugar de “esconderse”
se convirtieron en íconos de su tiempo. Desafiaron a sus contemporáneos con la
excentricidad. Se atrevieron a llevar una vida de escándalo bajo una máscara
social “aceptable”. Marcaron tendencias en la forma de vestir, hablar y
escribir.
¿En qué distan de los hipsters de hoy? Es lo
mismo: jóvenes burgueses preocupados por ser “diferentes” a una mayoría recta,
cuadrada, sin variaciones; jóvenes excéntricos alejados de ideas
revolucionarias, más preocupados por una “estética distinta” que por tomar partido
en causas sociales.
Son odiados, vilipendiados, ridiculizados en
redes sociales, incluso segregados. Sin embargo, siempre hay una espinita
difícil de remover: ¿por qué “inquietan” tanto? Tal vez por esa “incomodidad”
que causa “lo diferente”. Es un gremio fácilmente identificable por su
apariencia, y tan sólo su presencia es llamativa. Pose o no, resultan
especímenes atractivos por darle una estética diferente a la decadente sociedad
de principios de siglo.
Son los “dandys” de hoy. Esos seres que viven en
el límite de indeterminación, criaturas en las que conviven lo masculino y lo
femenino sin importar la orientación sexual. El punto clave es su idea de “finitud”:
la vida termina en cualquier instante, por eso hay que vivir al límite cada
día. Nunca se sabe cuándo será el último. ¿Arrepentirse? No. Jamás estará esa
opción. ¿Pero qué esperar de los hipsters?, ¿en realidad habrá tal semejanza
con los estetas del siglo XIX? Al tiempo…
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