Los meses pasan y a pesar de mi
renuencia, vuelvo a este espacio donde puedo dar orden a mi locura para
entender un poco de lo que ocurre dentro. La voz de Ana persiste y poco a poco
me acerco al umbral de una recaída. Otra. Una más en la cuenta de la vida. Es
curioso cómo Ana de forma paulatina va erigiendo un cerco que aparta a los
demás y me sume en el silencio nuevamente. Pero hablamos de la palabra hablada.
Ana a menudo olvida que me he valido de la palabra escrita para no caer en picada.
Han pasado casi 20 años (en
septiembre se cumplieron 19) con esta voz en mi interior y conforme pasa el
tiempo las posibilidades de una recuperación se desvanecen. Ignoro cuándo será
el momento, pero no quise partir sin antes dejar un testimonio (un esbozo
apenas) de lo que ocurre en una mente trastornada que no encuentra objetivo a
su existencia. Hará unos meses apenas que concluí “Los hijos de Ana”, donde
reúno testimonios que he recogido en los últimos seis o siete años. Hombres que
(sobre)viven con anorexia. Hombres que pierden la esperanza y se dejan caer al
abismo en bruto. Las fauces de Ana.
Y hablo también de mí, de la
sombra en el espejo, del monstruo que habita en mi infierno personal. Hablo de
la sonrisa perdida, del silencio que yace en la punta de la lengua, del dolor
de cada día mientras el cuerpo se devora a sí mismo en un intento por prolongar
la vida, no la existencia. Pero es un infierno que solo “los hijos de Ana”
entenderían. Llegué a creer que la vida te curte con mano dura. Ana no es más
benévola que la vida. Temo el día en que escuche su risa ahogada en la locura
como ya he dado cuenta en mi próxima publicación.
Ofelia podría ser prima hermana
de Ana. Ese instinto de arruinarse a sí mismo y alejar a los demás para no
arrastrarlos contigo. ¿Qué pensarán de mí los psicólogos y psiquiatras a los
que he acudido? No, no estoy loco. Únicamente mi lógica de pensamiento funciona
por caminos que se bifurcan, divergen y convergen para dar paso a un nuevo
razonamiento. Pero hay días, especialmente como hoy, en los que preferiría
dejarme llevar por Ofelia y su instinto autodestructivo. Si no despiertas
afecto, los demás no pueden herirte.
El panorama no resulta muy
prometedor cuando se pierde el sentido de existencia y la voluntad de vivir, aunque
el mundo moderno se empeña en un mantra risible para quienes lo vemos como
justificación de su propio vacío: “una mentira repetida mil veces puede
convertirse en verdad”. Y así es como somatizan la mente, fingiendo una sonrisa
con la esperanza de que al final del día esa sonrisa se vuelva una verdad. Pero
hay quienes no compartimos esa visión de mundo y se nos cuestiona el no
ajustarnos a esos convencionalismos. ¿Admitir no sentirse bien es tan grave en
un mundo donde se fingen las sonrisas y las “buenas maneras”?
Se apela a la sinceridad cuando
causa escozor la franqueza y se prefiere la mentira al peso que implica una
gran verdad. Hace tiempo que me cansé de este esquema y me permití la franqueza
por encima de la vanidad. No me trajeron al mundo a ser feliz y mucho menos a
complacer deseos ajenos. Busco un motivo que dé certeza a mi existencia. Van
treinta y dos años. Quizás pierda la vida en esa búsqueda y al final encuentre
ese motivo en un lecho de muerte. ¿Cuándo será? Ni yo ni mi destino lo sabemos.
Ocurrirá mientras queden latidos en este cuerpo.
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