30 de octubre de 2017

Una larga espera

Los meses pasan y a pesar de mi renuencia, vuelvo a este espacio donde puedo dar orden a mi locura para entender un poco de lo que ocurre dentro. La voz de Ana persiste y poco a poco me acerco al umbral de una recaída. Otra. Una más en la cuenta de la vida. Es curioso cómo Ana de forma paulatina va erigiendo un cerco que aparta a los demás y me sume en el silencio nuevamente. Pero hablamos de la palabra hablada. Ana a menudo olvida que me he valido de la palabra escrita para no caer en picada.


Han pasado casi 20 años (en septiembre se cumplieron 19) con esta voz en mi interior y conforme pasa el tiempo las posibilidades de una recuperación se desvanecen. Ignoro cuándo será el momento, pero no quise partir sin antes dejar un testimonio (un esbozo apenas) de lo que ocurre en una mente trastornada que no encuentra objetivo a su existencia. Hará unos meses apenas que concluí “Los hijos de Ana”, donde reúno testimonios que he recogido en los últimos seis o siete años. Hombres que (sobre)viven con anorexia. Hombres que pierden la esperanza y se dejan caer al abismo en bruto. Las fauces de Ana.

Y hablo también de mí, de la sombra en el espejo, del monstruo que habita en mi infierno personal. Hablo de la sonrisa perdida, del silencio que yace en la punta de la lengua, del dolor de cada día mientras el cuerpo se devora a sí mismo en un intento por prolongar la vida, no la existencia. Pero es un infierno que solo “los hijos de Ana” entenderían. Llegué a creer que la vida te curte con mano dura. Ana no es más benévola que la vida. Temo el día en que escuche su risa ahogada en la locura como ya he dado cuenta en mi próxima publicación.

Ofelia podría ser prima hermana de Ana. Ese instinto de arruinarse a sí mismo y alejar a los demás para no arrastrarlos contigo. ¿Qué pensarán de mí los psicólogos y psiquiatras a los que he acudido? No, no estoy loco. Únicamente mi lógica de pensamiento funciona por caminos que se bifurcan, divergen y convergen para dar paso a un nuevo razonamiento. Pero hay días, especialmente como hoy, en los que preferiría dejarme llevar por Ofelia y su instinto autodestructivo. Si no despiertas afecto, los demás no pueden herirte.

El panorama no resulta muy prometedor cuando se pierde el sentido de existencia y la voluntad de vivir, aunque el mundo moderno se empeña en un mantra risible para quienes lo vemos como justificación de su propio vacío: “una mentira repetida mil veces puede convertirse en verdad”. Y así es como somatizan la mente, fingiendo una sonrisa con la esperanza de que al final del día esa sonrisa se vuelva una verdad. Pero hay quienes no compartimos esa visión de mundo y se nos cuestiona el no ajustarnos a esos convencionalismos. ¿Admitir no sentirse bien es tan grave en un mundo donde se fingen las sonrisas y las “buenas maneras”?


Se apela a la sinceridad cuando causa escozor la franqueza y se prefiere la mentira al peso que implica una gran verdad. Hace tiempo que me cansé de este esquema y me permití la franqueza por encima de la vanidad. No me trajeron al mundo a ser feliz y mucho menos a complacer deseos ajenos. Busco un motivo que dé certeza a mi existencia. Van treinta y dos años. Quizás pierda la vida en esa búsqueda y al final encuentre ese motivo en un lecho de muerte. ¿Cuándo será? Ni yo ni mi destino lo sabemos. Ocurrirá mientras queden latidos en este cuerpo.

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