Con el tiempo he llegado a odiar
este círculo vicioso de recuperación-recaída porque en cada ocasión esto se
torna más grave, más complicado, más difícil de superar y uno solo cae en
círculos infinitos hasta que decide “cortar”. El espectro de Ana reposa en un
estado que oscila entre la vigilia y el sueño. Actúa, pero con cautela. Temo el
momento en el que esa voz despierte y me envuelva en una bruma de la cual ya no
podré salir.
Vuelvo al ciclo de alejar a la
gente de mí. Bajo estas circunstancias me aterra la soledad porque así es más
difícil hacer frente a las huestes de Ana, aunque no tengo el valor para pedir
ayuda. Confiar se ha tornado una labor titánica si pienso en todos los momentos
en los que fallé, todos los momentos en los que alguien más me ha fallado, y mi
boca solo sabe de silencio. Aquí dentro se me atasca la vida de invocarla.
Mis “viejas amigas” salieron de
su cajita nuevamente. El sonido que emitían al rasgar la carne y liberar
pequeñas gotas de rubíes me hizo recordar esa existencia que ya nunca más será.
Por voluntad, por designio, por azar, porque se acabaron los motivos para algo
que nunca pedí: una vida. ¿Fracasé en mi intento de vivir?
Atado a la voluntad de Ana, la
vida me parece demasiada para ser tan breve y, sin embargo, intenté darle un
motivo. Hoy no tengo más camino. Jamás llegué a ser suficiente (para nadie,
para nada) y dudo mucho que encuentre una razón para continuar a ciegas. La
vida es el destino que trabaja de la mano con la voluntad, pero casi nunca
somos conscientes de que en esa dupla también cobran relevancia las
circunstancias en las que se desarrolla la vida.
Aquí dentro hay demasiado eco
para ser nombrado. Alguna vez me habitó “algo” (cualquier cosa) que daba una
especie de significado a esa vida. En algún punto ese “algo” se quebró y las
piezas se esfumaron como la ceniza con el viento. Tal vez en esas piezas perdí
la capacidad de maravillarme ante la vida, eso que llaman “cosas buenas”, una
idea de felicidad, quizá. Hoy no me quedan más que fragmentos que me revelan lo
peor de la naturaleza humana, un reflejo de mí desde el monstruo en el espejo.
Vivir, a secas, tampoco parece
una alternativa para este cuerpo marcado por sus propios demonios. Hace tiempo
escribí una falacia: “y me amarás con cicatrices, porque cada una tuvo una
historia”. Este mundo moderno no sabe cómo lidiar con el dolor ajeno, por eso
huye y se esconde en esa falsa idea de felicidad, como somatizar la mente bajo
estímulos tan efímeros como un simple “like”. Nada de eso me ha motivado a
continuar. Siento que no encajo en ese mundo, pero tampoco encuentro la manera
de crear un mundo propio.
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