7 de abril de 2018

“Ese (frágil) intento de vivir”

Con el tiempo he llegado a odiar este círculo vicioso de recuperación-recaída porque en cada ocasión esto se torna más grave, más complicado, más difícil de superar y uno solo cae en círculos infinitos hasta que decide “cortar”. El espectro de Ana reposa en un estado que oscila entre la vigilia y el sueño. Actúa, pero con cautela. Temo el momento en el que esa voz despierte y me envuelva en una bruma de la cual ya no podré salir.


Vuelvo al ciclo de alejar a la gente de mí. Bajo estas circunstancias me aterra la soledad porque así es más difícil hacer frente a las huestes de Ana, aunque no tengo el valor para pedir ayuda. Confiar se ha tornado una labor titánica si pienso en todos los momentos en los que fallé, todos los momentos en los que alguien más me ha fallado, y mi boca solo sabe de silencio. Aquí dentro se me atasca la vida de invocarla.

Mis “viejas amigas” salieron de su cajita nuevamente. El sonido que emitían al rasgar la carne y liberar pequeñas gotas de rubíes me hizo recordar esa existencia que ya nunca más será. Por voluntad, por designio, por azar, porque se acabaron los motivos para algo que nunca pedí: una vida. ¿Fracasé en mi intento de vivir?

Atado a la voluntad de Ana, la vida me parece demasiada para ser tan breve y, sin embargo, intenté darle un motivo. Hoy no tengo más camino. Jamás llegué a ser suficiente (para nadie, para nada) y dudo mucho que encuentre una razón para continuar a ciegas. La vida es el destino que trabaja de la mano con la voluntad, pero casi nunca somos conscientes de que en esa dupla también cobran relevancia las circunstancias en las que se desarrolla la vida.

Aquí dentro hay demasiado eco para ser nombrado. Alguna vez me habitó “algo” (cualquier cosa) que daba una especie de significado a esa vida. En algún punto ese “algo” se quebró y las piezas se esfumaron como la ceniza con el viento. Tal vez en esas piezas perdí la capacidad de maravillarme ante la vida, eso que llaman “cosas buenas”, una idea de felicidad, quizá. Hoy no me quedan más que fragmentos que me revelan lo peor de la naturaleza humana, un reflejo de mí desde el monstruo en el espejo.

Vivir, a secas, tampoco parece una alternativa para este cuerpo marcado por sus propios demonios. Hace tiempo escribí una falacia: “y me amarás con cicatrices, porque cada una tuvo una historia”. Este mundo moderno no sabe cómo lidiar con el dolor ajeno, por eso huye y se esconde en esa falsa idea de felicidad, como somatizar la mente bajo estímulos tan efímeros como un simple “like”. Nada de eso me ha motivado a continuar. Siento que no encajo en ese mundo, pero tampoco encuentro la manera de crear un mundo propio.

Soy la taza de café ya frío olvidada en una mesa de un sitio que hoy ya no existe. Se agotaron los motivos. Lo que inquieta es la espera

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