13 de julio de 2018

“Los hijos de Ana”


Corría el año 2011. Ya llevaba algunos años de trabajar en medios de comunicación y surgía en mí el interés por adentrarme en el reportaje. Mi inquietud me llevó a considerar el análisis de la pedofilia desde las redes sociales y creé un perfil con una identidad falsa para adentrarme en el tema. En dos años descubrí algunas conductas frecuentes ligadas a ciertas tipologías y prácticas sexuales. Sin embargo, lo que nunca esperé encontrar fueron testimonios de hombres que viven con anorexia. Esta es mi experiencia con esas voces.


Los hijos de Ana es mi tercera novela, publicada bajo el sello de Texere Editores y con el apoyo del Programa de Estímulos a la Creación y Desarrollo Artísticos capítulo Zacatecas (PECDAZ), en la emisión 2017-2018. En sus 92 páginas reúno los testimonios (virtuales) de 18 hombres con anorexia, recopilados durante poco más de cinco años. Actualmente solo dos personas sobreviven.

El texto ha sido fruto de un trabajo de investigación periodística y literaria que pretende ofrecer otra visión sobre esta enfermedad. No es una visión científica, pues carezco de los conocimientos para ello; simplemente trato de reproducir las experiencias de estos hombres con una enfermedad que por mucho tiempo ha sido “feminizada” y cuyos análisis científicos, esos sí, parecen confundirla con otro tipo de trastornos de conducta alimenticia.

Esta novela también es un ejercicio literario en el cual me valí del flujo de conciencia y el paisaje interior que en mucho contribuyen a reflejar la experiencia de la anorexia desde la óptica de un hombre con dicha enfermedad. Textos considerados “literarios” con esta temática son escasos. Apenas tenemos algunas referencias en los diarios de Lord Byron y Franz Kafka (de este último hay un cuento titulado Un artista del hambre donde aborda abiertamente el tema y ofrece algunos destellos sobre cómo es un hombre que vive con anorexia).

Más recientemente, hacia 1998, fue publicado My Life as a Male Anorexic, diario perteneciente a Michael Krasnow, quien documentó de forma detallada una vida con anorexia en el caso de un hombre (un caso muy grave si se considera que fueron 14 años con este trastorno) y ha aportado valiosa información para entender esta enfermedad desde otra óptica. Fuera de estas referencias, los testimonios se pierden en el anonimato de las redes sociales, una mina de oro poco valorada por la ciencia que se concentra en los casos que llegan a las clínicas de rehabilitación.

En el mundo occidental, más concretamente en la tradición judeocristiana, la anorexia ha pervivido a través de los años hasta la actualidad en la figura del ayuno, el cual ha adquirido un sentido religioso-espiritual-místico y que fue practicado por figuras como Santa Catalina de Asís o Santa Teresa de Ávila e incluso, si mal no recuerdo, en las sagradas escrituras se mencionan varios pasajes donde Jesús habla del ayuno como purificación del cuerpo y del espíritu (sin olvidar el ayuno por 40 días y 40 noches en el desierto).

Pero fue hasta hace unos años que la ciencia comenzó a poner los ojos sobre la anorexia masculina y en los últimos dos años estas publicaciones abundan, aunque siguen limitadas al ceñirse (casi) exclusivamente a los casos en clínicas de rehabilitación y se olvidan de indagar en otras fuentes y con otra metodología que quizás contribuyan a definir con características más confiables un trastorno que también debe verse con una perspectiva de género.

Parte de lo que afirman estas investigaciones corresponde a otro tipo de trastornos de conducta alimenticia (existen más de 20 tipologías al respecto), aunque las más frecuentes son la bulimia, la vigorexia, “Alisas” (hay variaciones en la escritura) e incluso estilos de vida como el veganismo. En términos prácticos, la anorexia es la privación del alimento por periodos prolongados de forma voluntaria.

Las causas y la finalidad son lo que podría distinguir a esta enfermedad en el caso de los hombres, aunque la psicología poco ha profundizado, a diferencia de la anorexia entre mujeres, tema estudiado por varias décadas desde múltiples perspectivas y sobre el cual abundan los textos literarios y creaciones musicales (destacaría Superchick - “Courage”; Porta - “Espejismos”; y Papa Levante - “Gorda”).

La mayoría de las teorías precisan que la industria de la moda influye en gran medida en el desarrollo de este tipo de trastornos. En el caso de los hombres, pocos casos han trascendido a los reflectores de la prensa, como los modelos Jeremy Gillitzer o Tom Nicon. Sin embargo, fue en el 2013 cuando la casa Yves Saint Laurent sacó a la luz su colección otoño/invierno 2014 con modelos que evidenciaron este trastorno entre los hombres y generaron un escándalo a nivel mundial. Ignoro si hay relación o si es mera casualidad, pero en ese periodo la ciencia tomó este trastorno como objeto de estudio para el caso de los hombres.

Como ya he dicho, mi experiencia es meramente empírica, por lo tanto, lo que aquí escribo y los testimonios incluidos en Los hijos de Ana no pueden considerarse conclusiones científicas, aunque no descarto que puedan ser de utilidad para futuros estudios. Finalmente, el periodismo (el reportaje) debe tener un mayor grado de objetividad, aunque no está exento de visiones personales.

De los 18 testimonios que pude documentar durante cinco años, en todos los casos se trató de hombres entre los 19 y 35 años de edad (en las mujeres es más frecuente en la adolescencia). Hubo otros testimonios de personas vinculadas con este trastorno, aunque no necesariamente lo vivieron.

Me explico: mientras detecté perfiles de hombres que viven con anorexia, a la par encontré otros perfiles de hombres atraídos por ese tipo de anatomías, aunque cuatro tipologías fueron más recurrentes: comedores compulsivos, sadomasoquistas, “punchers/navels” (prácticas referentes a golpear el vientre de forma violenta o perforarlo con objetos punzocortantes, especialmente el ombligo) y pedófilos.

Hago hincapié en esta última tipología porque, si bien la anorexia implica un deterioro del organismo (y, por extensión, una vejez prematura), en sus primeras etapas otorga a la persona una imagen más infantil, vulnerable, frágil, como si necesitara una figura paterna que le brinde una especie de confort, seguridad, protección. Y en la mayoría de los casos que documenté se trataba de hombres que crecieron con un conflicto hacia la figura paterna (mientras que en la anorexia femenina es un conflicto con la figura materna).

La orientación sexual parecía no representar un conflicto debido a que en todos los casos asumían su homosexualidad de forma abierta, incluyendo en el entorno familiar, pero algo recurrente era la percepción sobre sí mismos, en la parte física, social y espiritual. Un elemento clave en los casos que encontré fue un conflicto interno entre la presión social por una anatomía heteronormativa (figura de triángulo invertido) y el rechazo o la no identificación con ese tipo de anatomía (solo en dos casos hubo una “mejoría” cuando se sometieron a cirugía de reasignación de sexo).

Sentimientos como ser insuficientes para alguien o algo, una especie de vacío existencial (o, más bien, no haber encontrado un propósito para sus vidas), un estado de depresión permanente (aunque en grados diferentes, según el estado de ánimo), magnificar las situaciones negativas en su entorno, ansiedad, inseguridad, desconfianza, ausencia de apetito sexual, conductas obsesivo-compulsivas, infligirse heridas en el cuerpo (brazos, antebrazos, tórax, vientre, caderas, piernas) forman parte de ese mapa que me ofrecieron los testimonios recabados.

Había una especie de lucha por lograr un reconocimiento por parte de alguien cercano (generalmente la madre o el padre) que daban a entender un entorno donde se sentían “invisibles”. La anorexia, en todo caso, contribuiría a crear un cuerpo cuyo deterioro podría ser un llamado físico de atención para aquellos que les ignoraban. Recordemos que culturalmente es más complicado para los hombres expresar su vulnerabilidad. El cuerpo sería un lenguaje propio para comunicarse.

El origen del trastorno en el caso de los hombres no está del todo claro, pero definitivamente no es una aspiración a un modelo de belleza. Al contrario, se trataría de huir de los estándares de belleza “masculina”, pero sigue siendo solo un síntoma de algo más, algo que yace en el fondo de la mente y que solo con la ayuda de la psicología podríamos revelar. ¿Qué es realmente?, ¿por qué a esa edad?, ¿por qué en ciertos contextos específicos?

En diversos perfiles de hombres que viven con anorexia uno puede observar que sus publicaciones distan mucho de las realizadas en perfiles de mujeres con esta enfermedad. En el caso de los hombres, reconocen el problema (el síntoma), no es frecuente que lo consideren un estilo de vida (“Proana”); sin embargo, con el tiempo se prolongan los ayunos por varios días como una especie de reto personal en el que se pone a prueba la voluntad. Nuevamente: demostrar algo, recibir el reconocimiento de alguien por una hazaña (recordemos las reflexiones en Un artista del hambre): un “thinspo”.

Lamentablemente la gente que desconoce este trastorno reacciona de forma agresiva, invasiva (en el sentido de emitir ofensas hacia dichos perfiles a pesar de desconocer su condición, sus antecedentes, su contexto). No fueron pocos los perfiles reportados por, supuestamente, infringir normas en las redes sociales y ¡pum! Adiós el medio que tenían para desahogarse. Este simple hecho complicó en muchos casos la enfermedad, incluso cuando se encontraban en proceso de recuperación. Pero la gente que realizaba los reportes no era consciente de la magnitud que tendría esta simple acción.

Pasados los años, pensé que sus testimonios podrían ser experiencias que abrieran camino (y mentalidades) para entender un poco más este tipo de trastornos y, quizás, despertar el interés de la ciencia desde otro enfoque. Algunos cuestionarán que el anonimato desde las redes sociales permite mentir sobre nuestras vidas.

Es cierto, pero en el caso de las personas que viven con anorexia, curiosamente confían en desconocidos mucho más que en sus círculos cercanos. Quizás entre iguales, aun sin conocerse, sería más fácil hablar con franqueza sobre sus propias experiencias que con alguien que antepusiera los sentimientos personales por encima de la realidad de la situación.

Un hecho sobre el cual me parece que habría que reflexionar más (ya lo ha hecho la antipsiquiatría) es en los grados más avanzados de la enfermedad, pues en los casos que documenté, fueron sometidos a tratamiento (médico y psicológico) aun en contra de su voluntad.

En esa etapa de la anorexia (es decir, después de varios años viviendo con la enfermedad), cuando el cuerpo ha llegado a un grado mayor de deterioro (el aparato digestivo se atrofia casi por completo, se agudiza la osteoporosis, la migraña, las enfermedades respiratorias y en algunos casos colapsan los pulmones), la persona parece esperar la muerte como una salida a la enfermedad, mientras que la ciencia (los médicos) se centra en mantener a la persona con vida, a pesar de que ya no está en condiciones físicas óptimas. ¿Hasta dónde se respeta la voluntad del paciente?

En Los hijos de Ana cuento estas experiencias a través de la figura de Porcelain Prince, desde sus comienzos hasta el desenlace más común en este tipo de casos, pasando por las diferentes etapas que atraviesan los hombres que viven con anorexia. Debo decir que no es una lectura agradable, pero ¿quién dijo que la anorexia es miel sobre hojuelas?

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