Si pensara en mi infancia, diría
que tuve carencias como cualquier otro niño de mi generación. Vivimos la crisis
económica de los 90. Nuestros padres seguramente la sufrieron y eso incidió en
la "calidad" de vida que pudieron ofrecernos.
De familia disfuncional, era poco
el tiempo que podía ver a mi madre. Me recuerdo llorando por las mañanas cuando
la veía partir rumbo al trabajo. Hasta mucho tiempo después supe que a ella
también le partía el corazón salir de la casa y escuchar a su espalda el llanto
de sus hijos. Pero así era. Así debía ser.
No éramos ricos. No éramos una
familia "acomodada". Estudié en escuelas privadas con beca; nunca por
decisión propia. Mi madre consideraba que en una escuela privada la educación
es mejor. Y, sin embargo, cuando ingresé a una escuela pública advertí que
había otros niños en las mismas circunstancias que yo, con experiencias a
menudo tan distantes de las que había vivido.
¿Qué anhelaba entonces? No lo
recuerdo con claridad. Lo primero que viene a la mente eran los momentos
incómodos en el recreo. Mientras en la escuela privada veía a otros niños con
su lonche y sus tres monedas para gastar en la cooperativa; en la escuela
pública el lonche era compartido entre quienes llevaban y quienes no. Había
igualdad. Pero en ambos lugares se forjaron lazos de amistad que nunca pensé
que perdurarían con el pasar de los años.
Hablar de nuestra propia infancia
también nos permite reflexionar sobre los niños de hoy. ¿En realidad
necesitamos tantas cosas materiales para tener una infancia plena? Lo dudo. Mi
primera computadora ya era usada. Un poco obsoleta. Y empecé a usarla cuando ya
estaba en la adolescencia. ¿El primer teléfono? Hasta la carrera universitaria.
Si vestía ropa de marca o no, me
daba igual. Hasta la fecha, me siento cómodo con lo que visto (puedo mezclar
unos zapatos de 1,200 pesos con jeans de reciclaje y suéteres tejidos por mi
propia mano) y no siento que usar tal o cual marca me dé una identidad; tal vez
un estatus, pero será algo efímero.
Si pensara en la parte más
importante de mi infancia y que me marcó como persona, diría que el matriarcado
en mi familia ha sido fundamental para entender la vida de otro modo. Siempre
la igualdad. El respeto. La economía. La libertad de "ser". Esas
serán enseñanzas que llevaré toda mi vida como la herencia más preciada de
parte de mi familia.
Además, desde muy pequeño había
libros a mi disposición. Desde mi primer libro de cuentos de los hermanos Grimm
(olvidado en quién sabe cuál caja de mudanzas del pasado) hasta Voltaire, Foucault,
Gustavo Adolfo Bécquer o Guadalupe Loaeza (así de variadas fueron mis
lecturas).
¿Temas tabú? Tal vez, pero podía
preguntar y siempre habría alguien que me respondiera, incluso cuando se
tratara de temas "modernos" para una generación mayor.
¿Limitantes? Nunca. Pude ingresar
a todo tipo de cursos que me permitieron explorar lo que me gustaba y lo que
no: clases de solfeo, de canto, de guitarra, de dibujo y pintura, de
informática, de creación literaria, incluso talleres de bordado y tejido.
Pasar por el tipo de experiencias
que tuve me permitió crecer con una mente más abierta a las posibilidades.
Nunca se me exigió ser tal o cual cosa más allá de un "buen hijo",
entendido como alguien con valores, con ética, con una pizca de "humanidad",
alguien que aportara algo a la sociedad.
Mi familia es tan grande, tan
dispersa; y sin embargo, cuando nos reunimos, cada generación tiene lazos que
nos unen. Tal vez crecimos en contextos diferentes, pero el matriarcado (ese
modelo tan ancestral y tan sabio) nos ha permitido pensar de forma grupal, en
el avance colectivo, formando alianzas, creando redes más allá de lo formal.
Este 30 de abril, Día del Niño,
nada me haría más feliz que ver a la infancia de hoy con las mismas
oportunidades de mi generación, sin exigirles ser tal o cual cosa, simplemente
"ser". Quisiera ver a niños conviviendo sin importar la diferencia de
estatus, la marca de ropa, el lugar donde viven. Volvería a creer en la
"humanidad" al ver a dos compañeritos compartir su torta del recreo.
La infancia aún tiene muchas lecciones que enseñarnos. Abramos los ojos.
Recuperemos nuestra "humanidad".
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