La palabra “escritor” contiene un
peso difícil de llevar, ya sea al asumir la etiqueta por voluntad (por oficio)
o como un atributo otorgado por “lectores”. Toda idealización genera
expectativas y, en este caso, no puede ser la excepción. Una persona que escribe,
llámese escritor por oficio, vocación o atribución, a menudo se ve obligado a
sumergirse en la jauría que representa el mundo literario, con lectores
críticos y críticos lectores.
En
mi experiencia, no han sido pocas las veces que me he preguntado ¿qué es “ser
escritor”? Y aunque intente responder, la interrogante permanece en el aire
para volver al cabo de un tiempo, quizás en circunstancias diferentes. Dicen
que escribir no basta para considerarse escritor: hay que publicar. Así pues,
¿qué puedo decir luego de haber publicado ya dos novelas cortas (Las horas fortuitas y Amarás la sombra de tu cuerpo)?
Para
mí, eso no es suficiente, porque la escritura es un proceso perfectible en cada
re-lectura. Tal vez por eso mi disciplina para redactar a diario, cualquier
cosa, un párrafo, una cuartilla, quizás solo unos versos, pero no dejar la
disciplina de escribir. Para mí, resulta un hábito la disciplina: por años me
he sometido a ciertos regímenes a menudo difíciles de entender por quienes
viven más inmersos en el movimiento del mundo y las relaciones humanas.
En
mi caso, transito como observador. Nunca me he considerado un gran conversador,
aunque procuro dar mi punto de vista sobre todos los temas cuando puedo
intervenir. Esta experiencia acumulada con los ojos parece convertirse en un
código semiótico que me revela cuál es la verdadera condición humana en cada
circunstancia. Tal modelo fue tomado de Ágatha Christie, cuyo personaje, Mrs.
Marple, solía condensar esa diversidad de perfiles en tipografías que
correspondieran con ciertos instintos inherentes al hombre.
Pero
esta labor de observar no es fácil. Uno debe desprenderse de prejuicios y abrir
la mente al conocimiento del mundo, incluso si nuestra naturaleza como
escritores parece obligarnos a una especie de retiro, alejados de la
civilización, de cualquier contacto humano, aun de cualquier ruido que
interrumpa la sonoridad de nuestros pensamientos. Y, sin embargo, también es
necesario abandonarse a la locura de la soledad, porque solo así es posible dar
coherencia a la madeja de ideas ya formadas luego de analizar esta naturaleza
humana.
Por
supuesto, cada escritor tiene sus formas de trabajo, desde quienes vivimos en
una rutina medida con precisión, hasta quienes aflojan la pluma hundidos en
alcohol. Porque también las circunstancias de la escritura revelan mucho del
autor mismo, pero eso es materia de estudio para los críticos. Como escritor,
tal vez lo más fundamental y también lo más olvidado ha sido estar abierto al
aprendizaje. Quizás por ello el mundo de los escritores me parece una jauría,
en una pugna de egos en la que se presume la raza, por lo que otorga la propia
raza, pero no se analiza más allá de ese discurso.
No
obstante, cejar en la escritura solo por una dura crítica me parece la decisión
más desafortunada. ¿Que hiere al ego? Claro, pero escribir únicamente con el
ego nos lleva a una escritura que permanece en la superficie y no explora otras
posibilidades en torno a la naturaleza humana. Mucho se comenta que “ya todo
está dicho (escrito)”. Así pues, ¿para qué escribir, si ya los grandes nos
legaron sus testimonios de forma magistral?
Para
mí, la escritura no es la página publicada, el premio literario, el diploma o
los aplausos. Para mí, la escritura es la página en blanco donde cabe lo que he
visto, con sello propio, porque nadie más puede ver con estos ojos míos.
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