Aquí vuelvo, al silencio de una
página en blanco que me permita vaciar la voz de mi cabeza para conciliar el
sueño. Ana parece reclamar su dominio sobre el cuerpo y, he de confesar, ya no
me quedan fuerzas para resistirme a su designio. Únicamente los llamados “hijos
de Ana” entenderán la sensación que me habita, (casi) imposible de
transcribirla al papel para que el lector se introduzca en la piel de quien
escribe y pueda experimentar lo que ocurre dentro.
Este
sufrimiento propio parece el castigo justo para compensar el daño causado a
quienes me han acompañado en estos casi veintinueve años, la penitencia hecha a
la medida de actos inconfesables, por terribles. Pero aquí estoy, una sombra
que no se reconoce en su reflejo, un rostro carente de emoción cada vez que se
mira en el espejo, con la mirada vacía y una frágil anatomía que puede
desaparecer en cualquier instante.
Algún
día todo esto terminará, es cierto. La vida en algún punto se termina, a veces
por voluntad, a veces por destino, pero nunca permanece. Ya son dieciséis años
de vivir esclavo de la voz de Ana, de escuchar a diario esa amarga letanía que
recita: “no eres suficiente... no eres suficiente... no eres suficiente...”.
Como veneno, esta oración cotidiana alimenta la lengua de palabras hirientes,
ofensivas, cargadas de ponzoña (la más terrible) para alejar a “los otros” del
entorno.
En
este momento añoro más que nunca mi momento de silencio, la mañana que acontece
en la ventana mientras bebo mi café (el único alimento del día), pensando en el
siguiente verso, en la siguiente línea, en un hecho inconcluso de un capítulo
en marcha. Siento que ya me han robado todo: mi pasado, mi presente, mi futuro;
la familia, los amigos, la posibilidad de amar, la propia sonrisa, incluso la
lágrima en la almohada.
Y,
sin embargo, este vacío (no encuentro otra palabra para describirlo) parece
estar repleto de palabras, pensamientos entretejidos en una urdimbre hermosa,
pero de una estética distinta a lo usual. Por eso escribo. Escribo de mí, de mi
silencio contenido, de la sonrisa falsa y la posibilidad en cada instante.
Escribo de los ojos y el azar no consumado. Escribo de la voz encerrada en la
oquedad de mi cuerpo, de los pasos dados (y los no andados), de la palabra no
dicha. Escribo del eco recorriéndome la piel.
El
atractivo para mí no tiene importancia. Cada día alguien distinto admira la
delgada silueta en la que habito. Es un misterio que atrae y repele al mismo
tiempo. Es el morbo de ver un cuerpo saliendo de una figura heteronormativa,
que se rehúsa a “ser” lo que el sistema indica que “debe ser”. Y cada día mi
silueta se muestra diferente, mutable, crisálida en medio de los huesos. Tal
vez así es. Tal vez ansío únicamente la bella transformación en mariposa
(aunque me identifico más con las polillas). Entonces, abrir las alas, entregarse
a la existencia de un solo día y, después, partir. Dejar la sombra clavada en
el espejo y partir.
¿Por
qué “así”?, ¿por qué “esto”?, ¿por qué “Ana”? Quizás porque ya nada me queda.
Hola, Hera, soy leo como estas? porque cerraste tus cuentas? estas bien? tienes aun mi numero? espero y estes bien y sea lo que sea pronto volvamos a charlar, te estimo y quiero mucho, por favor cuidate, espero tu regreso al face y mas entradas en tu blog,
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