Este blog se ha convertido en una
cosa rara. Una mezcla de tantas cosas que a menudo desconozco sobre qué debo
escribir. Sin embargo, creo que la idea general es dar un panorama de lo que
vive aquí dentro, en silencio, lo que ocurre con una persona que “vive” con un
trastorno de conducta alimenticia (TCA). Quizás mis palabras den un poco de luz
a quienes tienen entre sus amistades a alguien que pase por la misma
circunstancia.
Hoy
me encuentro en mi escritorio, como usualmente hago. La diferencia es que el
alcohol me vuelve más sincero que de costumbre, a tal grado que he perdido
algunas amistades por exceso de franqueza. Y, sin embargo, en este instante ha
dejado de importarme la opinión de los demás. Hoy me sé vulnerable, de nuevo en
esa gruta en la que habita la voz de Ana y su terrible condena: “no eres
suficiente”.
Podría
decir que nadie debería creer cuando digo que estoy bien. La realidad es que
nunca es así, ocurre siempre todo lo contrario cuando se trata de mí. Si digo
“no hay problema”, en realidad por dentro las venas se dejan vaciar y están
dispuestas a ceder a esa manía de abandonarme al eco.
No
es algo que uno pueda controlar. Es como un resorte que se activa en el
interior cuando una persona en quien depositas tu confianza te toma a la ligera.
Grave error. Nunca tomes a la ligera las palabras de alguien con TCA. La última
vez que ocurrió, mi cuerpo llegó a pesar 35 kilogramos menos del índice de masa
corporal indicado para mí. Ese episodio se quedó grabado en mis brazos en
líneas que solo yo puedo descifrar.
Así
pues, jamás confíen en alguien con TCA cuando afirma que se encuentra bien.
Nunca se está bien. Y una sonrisa puede acallar sospechas, pero ¿quién dudaría
de una personalidad elocuente? Quizás muy pocos aprendan a leer los ojos o, aun
más, entre líneas, los mensajes de texto y las modulaciones de voz en las
llamadas telefónicas. Ahí se esconde la desesperanza, el dolor, el terror de
sentirse Nada, así con letras grandes.
Aprendí
a sobrevivir en un mundo de silencio, pero la verdad, MI verdad, es que jamás
estoy bien. La voz de Ana cede por instantes y me permite ver “más allá”, pero
por lo regular su voz se incrusta en los sentidos y repite su consigna de
muerte: “no eres suficiente”. Y, sin embargo, sonríes, bromeas, contagias a los
“otros” de tu risa porque vivir en el silencio es la muerte.
Hoy
vivo en el silencio. Convivo con la muerte. Llevo más de 17 años con TCA y seis
psicólogos y dos psiquiatras no han podido exorcizar la voz de Ana y su
espectro e muerte. Insisto: esto va más allá de una imagen en el espejo.
Quienes vivimos con TCA nos leemos con la mirada. Somos hermanos de sangre
diseminados a lo largo del mundo. Sabemos que en algún momento el corazón de
alguien dará su último latido, como todos, esperando que alguien escuche eso
que yace atascado en la garganta.
¿Cómo
decir que estamos hambrientos de afecto, de alguien que solo haga acto de
presencia, sin necesidad de hablar, tan solo para sentirnos “vivos”? Cuando
alguien te toma a la ligera también se corre el riesgo de perderse, como hoy,
como en este instante. Y no hay algo más difícil para una persona con TCA que
decir “necesito ayuda”, “necesito afecto”, “necesito tu presencia”. Jamás
ocurrirá. La voz de Ana inhibe cualquier llamado de auxilio.
Por
eso insisto: jamás crean en una persona con TCA cuando afirma que está bien.
Nunca, jamás estamos bien. Y si piden la presencia de alguien, atiendan el
llamado. Tal vez pueda ser el último.
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