Después de tanto tiempo de vivir
con Ana llega un punto en el que pierdes la capacidad de sentir emociones más
allá del rencor, el resentimiento, la amargura y una sensación de vacío que no
tiene par. Tu rostro se vuelve inexpresivo, aunque la ausencia de sonrisa es
interpretada por “los otros” como el reflejo de un aparente enojo. Ya lo he
dicho en ocasiones anteriores: el mundo no sabe lidiar con el dolor ajeno.
Hoy
me encuentro en esa circunstancia. Los mensajes “positivos” simplemente no
llegan a penetrar esa dura coraza que me impide expresar alguna emoción. Vivo
en la eterna condena de Ana y el monstruo en el espejo: “no eres suficiente”.
Más allá todo se vuelve silencio. Y la vida en el silencio es lo que mata.
Esta
recaída es quizás la más difícil que he tenido que enfrentar. La fuerza de Ana
es devastadora. Te aleja de todo, de todos. Inhibe cualquier pensamiento que
ayude a “sanar”. Y uno se ahoga en el silencio, enfrenta las batallas solo,
aquí dentro, atrapado en la prisión de la existencia. Imposible que alguien se
ponga en tus zapatos. Caminas descalzo por una senda de locura y muerte,
mirando tu reflejo como si fuera poco menos que una sombra.
¿Por
qué es tan difícil esta etapa? Porque cualquier llamado de ayuda implica dar
razón a la condena: “no eres suficiente”. Tal vez por eso escribo: de mí, de
“los otros”, del mundo en el que viven y del mundo en el que vivo, de los
pequeños detalles mucho más que de las grandes hazañas. Escribo de un presente
sumido en mi propia circunstancia, con la esperanza, quizá, de que algún lector
vea ese llamado entre líneas y su presencia aleje por un momento la voz de Ana.
Esta
aparente calma me aterra, lo reconozco. Sé que viene un segundo impacto mucho
más fuerte e ignoro hasta dónde me queda fortaleza para enfrentarlo. Ana logró
lo que más temía: me arrebató la sonrisa, devoró los sueños, aniquiló el
entramado que algún día llamé “amistad”. Y aquí estoy, en el umbral, en un
punto entre “lo vivo” y “lo muerto”, lamiendo mis heridas para una nueva
batalla, sin la fuerza ni la voluntad para “ser”.
¿Me
arrepiento de lo ocurrido? No. Me arrepiento de lo no dicho, de la vida
atascada en la garganta, de la mirada abyecta y los besos no encontrados. Lo
demás que quede en el silencio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario